Una teo-poética sinodal

Marco Enrique Salas Laure
9 min readNov 3, 2023

--

Comparto un texto publicado en la Revista Crtierio no. 2500 (Agosto 2023). Argentina.

El discurso Teopoético.

La teopoética apunta y presta especial atención a la fe vivida por las personas. Al poner su acento en la experiencia, presta oído a las historias, biografías, cuerpos, palabras y silencios de estas personas. Así, la teopoética — como sostiene Maria Clara Bingemer — genera una estética teológica capaz de «repensar los conceptos, los símbolos y los significados modernos y posmodernos»[1] por cuanto estos son atravesados por la fe vivida. En este sentido, la teología en toda su amplitud se nutre al ser capaz de integrar este caminar humano en sus preguntas, búsquedas y respuestas. Por esta línea han señalado el camino autores como Rubem Alves, advirtiendo algo fundamental, a saber, que la teología, antes que pertenecer a la academia, pertenece a la vida, a los cuerpos, a la red simbólica de aquellos y aquellas que buscan a Dios. Tal vez, aquí radica el aporte de la teopoética. Para decirlo en palabras de Roland Faber: «en la teopoética nos trasladamos a una “tierra sin definir” en el que se experimenta de manera diferente, comenzamos a ver de forma diferente, y se nos anima no sólo a adoptar, sino también a crear un nuevo lenguaje teológico»[2].

El discurso de la teopoética asume estas otras mediaciones hermenéuticas de la vida de cada día y de todas las formas de creatividad estética. Tomando en serio esto, se recupera lo simbólico, imaginativo y afectivo, permitiendo que el discurso de la teología no domestique las palabras tras conceptos abstractos y definiciones lejanas de los corazones que intentan rezar, amar y dialogar con el Dios que intuyen está latiendo en su realidad. A razón de esto, la teopoética opta por el hablar oblicuo, el poema, el verso, y se distancia del «circuito controlado por la razón abstracta y las formas ideales» (Heather Walton).

A mi modo de ver, el proceso sinodal que la Iglesia ha emprendido supuso el reto de crear un nuevo lenguaje eclesiológico y teológico. Por un lado, un lenguaje que inspirara la autoimplicación de todos y todas en las diversas partes del proceso. Por otro, un lenguaje que diera cuenta del deseo profundo de la Iglesia de dejarse interpelar por las voces que conforman la sinfonía eclesial.

Estando de camino hacia la primera sesión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo (4 al 29 de octubre de 2023), se puede reconocer ese lenguaje, aun por ser completado, y lo que ha implicado en los diversos espacios comunitarios donde se fueron realizando las etapas del proceso sinodal. De esto dan cuenta los diversos documentos publicados durante este tiempo, no solo por las palabras y categorías usadas, que retomaré a continuación, sino también por la inclusión de historias, biografías, espacios, preguntas y relatos de diversas latitudes. Para mí, todo esto expresa una «teopoética sinodal» tanto por el lenguaje como por el énfasis en las experiencias de las personas y comunidades.

Como se ha señalado, el discurso teopoético elige unas categorías y palabras sobre otras. Al estar atravesado por la experiencia humana, evita dejar afuera los afectos, la sensibilidad y los símbolos que forman parte integral de toda biografía humana. En este sentido, me ha parecido crucial que el proceso sinodal que la Iglesia está viviendo integre formas de hablar y categorías profundamente poéticas. Por ello, para quien ha tenido la oportunidad de seguir el proceso sinodal a través de los diversos documentos publicados, le van resultando familiares términos y palabras como «caminar, soñar, imaginar, escuchar», entre otras. No se puede negar que estas palabras están cargadas de significado e invitaciones para quienes forman parte de este cuerpo vivo que es la Iglesia. En consecuencia, la teopoética sinodal está atravesada por la centralidad de la metáfora del caminar (camino, caminantes, caminar) como por la experiencia autoimplicativa de soñar, imaginar y escuchar. A continuación, lo que me gustaría es describir estas dos partes que forman parte de la teopoética sinodal. Por un lado, como el proceso sinodal invita a asumir con toda su fuerza y carga semántica «la metáfora del caminar» y, por otro, lo que implica hacer y vivir ese caminar juntos con las claves poéticas del soñar, imaginar y escuchar.

1. La metáfora del caminar.

El proceso sinodal y la reforma sinodal de la Iglesia (sinodalización) es un «espacio para pensar las poéticas del caminar, es decir, tratar de reconocer cómo caminar no es solo la acción de desplazarnos de un lugar a otro lugar, sino que esconde un trasfondo sapiencial y poético de mayor riqueza» (Juan Pablo Arce)[3].

En otras palabras, siguiendo al poeta Henry David Thoreau, la teopoética sinodal cualifica de sentido el caminar, de tal manera que no se entiende solo como hacer ejercicio o moverse simplemente de un lugar a otro. Al contrario, asume la metáfora del caminar y lo comprende con mayor amplitud. Incorpora el trasfondo sapiencial y poético del camino nutrido por la peregrinación, por los momentos en los que se pierde la senda, por las sorpresas que aparecen y por aquellos detalles que en otro momento fueron imperceptibles aun cuando estuvieron allí, aguardando.

Sentir y pensar la sinodalidad como un «caminar juntos», desde la poética del caminar, implica asumir que el itinerario es un trayecto profundamente incierto, nunca lineal o cierto. Reconociendo que para ello «puede ser necesario salir, cambiar de dirección, superar las convicciones que nos frenan y nos impiden avanzar y caminar juntos» (papa Francisco).

Con lo dicho, el teólogo Juan Pablo Arce recuerda que «de algún modo el tiempo de Sínodo nos invita a poner atención en los detalles, en los relatos y experiencias personales y comunitarias de las iglesias». Así, si la Iglesia quiere aprender a «caminar juntos y juntas» sabrá reconocer y nombrar esos nuevos relatos, significados y experiencias que irán apareciendo mientras peregrina por la historia. Incluso, logrará poner en el centro esas voces y rostros y se reconocerá «como una comunión de peregrinos, un organismo vivo, es decir, siempre abierto, en transformación y evolución» (Tomáš Halík).

2. La experiencia de soñar, imaginar y escuchar.

El Documento preparatorio aclara la finalidad de este proceso sinodal en estos términos: «está claro que la finalidad de este Sínodo no es producir más documentos. Más bien pretende inspirar a la gente a soñar con la Iglesia que estamos llamados a ser, hacer florecer las esperanzas de la gente, estimular la confianza, vendar las heridas, tejer relaciones nuevas y más profundas, aprender unos de otros, construir puentes, iluminar las mentes, calentar los corazones y vigorizar nuestras manos para nuestra misión común» (№32). Prestando atención a los detalles y palabras, la finalidad de este caminar pasa por términos como inspirar, soñar, vendar, aprender, iluminar, calentar y vigorizar. Todas, palabras que forman un vocabulario poético y sapiencial. A su vez, este vocabulario es profundamente auto implicativo. Por eso, allí donde se valoraron estas palabras y se encarnaron, la Iglesia creció en la consciencia de que a través de la escucha recíproca ocurre una profunda conversión en sintonía con el Espíritu. De hecho, Francisco suele decir «no tengáis miedo de entrar en diálogo y dejaros impactar por el diálogo: es el diálogo de la salvación»[4].

En consecuencia, soñar, imaginar y escuchar no son solo parte de un método delimitado que hay que seguir al pie de la letra sino un espacio de construcción colectiva. En este espacio se construye un «nosotros» en el que es posible integrar aquello que cada uno y cada una puede regalar a toda la comunidad, incluyendo nuestras propias miserias. Siguiendo las palabras de Francisco a los fieles de la diócesis de Roma: « el Sínodo es también dar espacio al diálogo sobre nuestras miserias […]Y esto es importante: que en el diálogo puedan surgir nuestras propias miserias, sin justificación. ¡No tengáis miedo». Desde esta perspectiva, no se puede pasar por alto que en muchas de las síntesis, como recoge el documento de trabajo para la etapa continental, se encuentran expresiones como: «la gente comentó que era la primera vez que se les pedía que hablaran a pesar de que llevaban décadas asistiendo a la Iglesia» (CE Pakistán) o «la alegría de reunirse, caminar juntos y hablar libremente. Algunos cristianos, que se habían sentido heridos y se habían alejado de la Iglesia, volvieron durante esta fase de consulta» (CE República Centroafricana). Estos y muchos otros testimonios alimentan la teología sinodal y permiten entrever como las palabras se encarnaron y provocaron experiencias de encuentro en muchos lugares. Todavía más, que aparezcan estos testimonios en los diversos documentos ya es expresión de una forma distinta de elaborar una teología y una eclesiología.

Volviendo sobre dos palabras, soñar e inspirar, me gustaría agregar algo más. Se puede leer en el Vademecum que «los sínodos son un momento para soñar y “pasar tiempo con el futuro”: Estamos invitados a crear un proceso local que inspire a la gente, sin excluir a nadie, para crear una visión plena del futuro en la alegría del Evangelio». Resulta relevante que se ponga el acento no en los “documentos” que saldrán de todo el proceso sinodal sino en el soñar juntos, pasar tiempo imaginando y creando una visión plena del futuro. Todos estos aspectos, sin duda, relacionados con la fuerza creativa que suscita el Espíritu en la comunidad que discierne y camina. Al mismo tiempo, expresa la implicación de todos y todas en el camino sinodal. Solo así «pueden encontrar un lugar aquellos que todavía luchan por ver reconocida su presencia en la Iglesia, aquellos cuyas voces son sofocadas, si no silenciadas o ignoradas, aquellos que se sienten inadecuados, quizás porque tienen caminos de vida difíciles o complejos» (papa Francisco).

3. Símbolo, imaginación y afecto.

Sin duda, habrá quien todavía desee el uso de palabras, categorías y expresiones más exactas, al estilo de los diccionarios o manuales de teología. No obstante, como se ha mencionado, la teopoetica prefiere el verso, el poema, el hablar oblicuo puesto que los temas teológicos no son meros objetos de racionalización y conceptualización, sino que residen en los cuerpos de las personas y en sus biografías.

La teopoética que yace latente en la forma de hablar y describir el proceso sinodal, no solo en su intención primera sino también en lo que va quedando en las diversas experiencias y síntesis, da cuenta de la recuperación de acciones fundamentales como soñar, hablar, escuchar, imaginar. Acoger y optar por estas palabras es creer en la fuerza transformadora que aguardan en cuanto dan espacio para «hacer florecer las esperanzas de la gente, estimular la confianza, vendar las heridas, tejer relaciones nuevas, aprender unos de otros, construir puentes, iluminar las mentes, calentar los corazones» (DP 32). En este caminar juntos y juntas se empieza a reconocer que lo simbólico, imaginativo y afectivo que pueden aportar los y las caminantes, debe ser integrado en la reflexión teológica, espiritual y pastoral de la Iglesia. Sobre todo porque la teología «no es más que la explicación de una vivencia poética previa, que es la experiencia del creyente» (Jose Ignacio González Faus) y «es canción antes que ser el contenido de una summa o de un concilio» (John D. Caputo).

Finalmente, la teopoética no pretende decirlo todo, es consciente de que el lenguaje siempre queda abierto. Sin embargo, permite asumir que a la hora de sentir-pensar-hacer la Iglesia y sus reformas, la eclesiología y sus temas, no se puede dejar de lado los otros textos que habitan lo cotidiano, los corazones que la hacen un organismo vivo, los textos-cuerpos cicatrizados ni las voces ausentes que gritan en las periferias. Con ello, activan la sensibilidad a la hora de caminar; la esperanza a la hora soñar; la creatividad a la hora de imaginar; y silencio a la hora de escuchar. Por último, solo una eclesiología que se nutra de está vivencia poética y de estas canciones, podrá ser una Iglesia que sabe caminar con todos y todas, es decir, una Iglesia con el corazón lleno de nombres.

Al final del camino me dirán:

— ¿Has vivido? ¿Has amado?

Y yo, sin decir nada,

abriré el corazón lleno de nombres.

Pedro Casaldáliga.

[1] Babic, Mile, María Clara Bingemer, Erik Borgman, and Solange Lefebvre. Teología y literatura: Concilium 373. España: Editorial Verbo Divino, 2017. Digitalia, https://www.digitaliapublishing.com/a/51906

[2] Faber, Roland. Process Theology as Theopoetics. Lecture at Kresge Chapel, Claremont School of Theology, February 7, 2006.

[3] Arce, Juan Pablo. Sínodo y poéticas del caminar. Revista Mensaje. 16 de noviembre de 2021.

[4] Discurso a los fieles de la diócesis de Roma (18 de septiembre de 2021).

--

--

Marco Enrique Salas Laure
Marco Enrique Salas Laure

Written by Marco Enrique Salas Laure

Poeta y teólogo | 📚Magister en Creación Literaria | Con Jesús, el de Nazaret, del lado plenamente humano

No responses yet