Rembrandt y Tomás: oscuridad y herida
Es probable que alguna vez hayamos buscado en los trazos, colores y sombras ayuda para comprender los diversos relatos de la humanidad, las diversas narrativas. Los pintores y las pintoras nos dan la mano al interpretar para nuestra vista alguna escena, el rostro de algún personaje, el momento del día en que pasó el hecho o el color del cielo cuando avecinaba la desgracia de esta u otra trama. En el caso de los evangelios, y específicamente en lo que el texto de Juan nos relata en 20, 24–29, sobre la incredulidad de Tomás, la pintura de Caravaggio emerge como una de las interpretaciones más creativas e iluminadoras. Basta con observar el juego magistral de luces y sombras para comprender por qué. De hecho, lo describe mejor mi amiga Sophia Robisco:
Sin embargo, gracias a que ninguna narración, menos las de Juan, está cerrada y acabada, la de Caravaggio es una entre otras interpretaciones. Con estas palabras quisiera guiar la atención a la versión del conocido pintor holandés, Rembrandt Harmensz van Rijn.
Sabemos que el pintor llego a Ámsterdam con veinticinco años y que allí, tras un gran éxito como retratista, se casó con Saskia van Uylenburgh. Más tarde, tras la muerte de Saskia y de algún amor intermedio, se unió a Hendrickje Stoffels al mismo tiempo que bandeaba diversas dificultades económicas. Para 1656 la Corte Suprema de Holanda le obligó a presentar un inventario de bienes tras su declaración de quiebra. Para aquel momento, aquellos tiempos en los que recibiá encargos y tenía un grupo de discípulos que le ayudaban con los mismos, estaban petrificados en el pasado. Por alguna razón, su popularidad fue de más a menos. Todas sus colecciones de pinturas, dibujos, estampas y hasta su casa fueron públicamente subastadas para poder hacer frente a sus múltiples deudas. En un vuelco paradójico, Titus — el único hijo que le quedaba de su matrimonio con Saskia van Uylenburgh — y Hendrickje Stoffels formaron una compañía de tratantes de arte y se hicieron los responsables de vender la obra de Rembrandt. Así, ambos tomaron al pintor como empleado. Se sabe que sus últimas obras fueron pintadas en esta época (1656–1668).
Al hablar de la «palabra», Esquirol sostiene: «La palabra es algo esencial y tiene que ver con nuestro modo de ser. Nos expresa y nos constituye. […] el humano es el que se expresa, el que sale hacia fuera y se dirige hacia los demás». No puedo no pensar que hablando del «pintar» y el «dibujar» el autor del trazo y la autora que mezcla los colores, también se expresa, también se narra, también se expone. Por su parte, al describir la dinámica propia de la obra de arte, Gadamer escribe: «La obra de arte nos obliga a reconocerlo. «Ahí no hay ni un lugar que no te vea. Tienes que cambiar tu vida.» Es un impacto, un ser volteados, lo que sucede por medio de la particularidad con la que nos sale al paso cada experiencia artística».
Expresión y experiencia van la mano. El pintor holandés — sin duda — se expone así mismo, su propia vida atravesada por ese juego vital y existencial que suponen las luces y las sombras. Expresa con sus colores, trazos y oscuridades su propia experiencia vital. Imagino a Tomás sentado en el Pushkin Museum de Moscú, mirando — incrédulo — la obra de Rembrandt. ¿Estaría a gusto con la forma como experiencia y expresión se abrazan en la pintura? Tal vez el único capaz de comprender lo que se pone en juego cuando se expone la herida de la vida, la muerte, el amor y la amistad sea aquel que escucho: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado». El pintor ¿Pensaría en esta expresión de Jesús al dibujar el rostro de Tomás? Tal vez.
Lo cierto es que, como escribe Irene Vallejo, «en aquellos años de adversidades, Rembrandt consiguió intensificar la hondura y el misterio de sus cuadros. Las figuras de su etapa final se hunden en una oscuridad que, a pesar de todo, parece cálida, como diciéndonos que si vemos sombras es porque alguna luz brilla cerca».
Entonces, se levantaría Tomás del asiento y le susurraría a Rembrandt Harmensz van Rijn que la luz que brilla cerca, que se cuela por la herida, que abraza la incertidumbre, que da nombre a la sombra y que integra nuestra propia opacidad es Jesús, el herido-resucitado y el amigo de la fragilidad. ¿Y nosotros? Con Mariola López Villanueva, rezamos que ellos nos enseñan «que la vulnerabilidad es siempre la lección correcta».