Pasión y desierto

Marco Enrique Salas Laure
4 min readApr 4, 2020

¡Bájate de la cruz! Te gritaron con odio y en un intento desesperado por saber si se habían equivocado sobre ti o si, como dueños de la verdad de Dios, habían acertado con darte la peor condena: muerte en cruz por revoltoso y blasfemo.

Y yo, Jesús, me pregunto ¿Por qué? Porque te quedaste allí, mirando a estas personas sin decir nada. Solo rompiste tu silencio para clamar al Padre que también permanece en silencio. ¿Qué manera es esta de afrontar la muerte? Un silencio de impotencia. Un silencio de humillación. El Padre y tú, cómplices del mismo proyecto permanecen en un silencio que abraza las búsquedas egoístas de algunos y el sufrimiento en tantos lugares por tu muerte. Abraza a los discípulos que se escoden. Abraza a las mujeres que te ven dar tu último suspiro. Abraza a los que siguen su vida como si nada pasara porque no les importa: “Al fin y al cabo, si esta en la cruz es porque lo merecía”. Abraza a la samaritana que se entera de tu muerte y llora, sobre la fuente donde te conoció. Abraza a Zaqueo que se trepa una vez más en el sicomoro para plantarle cara a la memoria de su encuentro. Abraza al centurión romano que también en su casa ora diciendo: “este era hijo de Dios”. Abraza a Bartimeo que cierra sus ojos para orar diciendo: “gracias por tener compasión de mi”. ¿Qué es esto que ocurre? ¿Qué manera es esta de afrontar la muerte?

Tomo un momento de silencio y lo recuerdo. Este es otro de tus lugares desérticos. Hay silencio y soledad en la cruz. Hay corazón abierto y orante en la cruz. Allí estás tú y el Padre, en una nueva forma de decir “amor”. ¿Dónde había visto este coloquio? ¿En que momento algún evangelista me lo contó? Marcos, sí, fuiste al desierto impulsado por el espíritu. Entraste a ese espacio, tiempo y camino para descubrir los caminos de Dios. Discerniste con corazón apasionado cual era el proyecto de Dios y venciste la tentación de huir y dejar de construir el Reino de Dios.

Así es Jesús, en el desierto contemplaste en silencio las huellas de un Dios al que luego llamaste: Padre. En el desierto discerniste en silencio las huellas de un Dios que se encontraba, aun sin saberlo claramente, en Bartimeo, Zaqueo, Ana (la adultera), Sofía (la samaritana), Carlos (el centurión romano).

El desierto fue el lugar donde acogiste con valentía el proyecto del Reino y, una vez terminada tu experiencia completa en él, saliste sin parar y sin cansarte a anunciar el Reino. No solo con palabras, no solo con gestos, no solo con los tuyos, no solo con los extraños. Todo desierto que tocaste y habitaste se convirtió en banquete donde todos entran. Todo corazón desértico floreció con la llegada de un Dios que es pan, cotidiano y hermano.

Vuelvo a la cruz y descubro qué si esta allí es porque una vez apostate por el amor, jamás renunciaste a él. No renunciaste al amor de José, tu padre. No renunciaste al amor de María, tu madre y, sobre todo, no renunciaste al amor de los pobres, tus hermanos.

Momentos antes de vivir este desierto crucificado. Entraste al Getsemaní y allí, volviste a decirle al padre: “Papa tengo de miedo de no optar por el amor a causa de lo que viene”. Y una vez más, el Dios del desierto, el Dios del silencio, el Dios del amor te abrazo y te dijo: “Amar en este momento es la única palabra que podemos decir, hijo”.

Y sí Jesús amaste en la cruz y en toda tu vida cotidiana. Pensaste bien y amaste bien a las mujeres, recaudadores de impuestos, pobres y personas de otras razas. Comiste, bebiste y hablaste con ellos. Con algunos lloraste y con otros, hablaste de la vida, de Dios, de la situación social.

En la cruz dejaste tu último mensaje. No solo les dijiste “te amo” sino “Te amo frente a esta sociedad actual que te condena al ostracismo y te rechaza y te hace sufrir”.

¡Bájate de la cruz! Te gritaron con odio. Te tentaron una ultima vez para mostrarte poderoso, glorioso, imponente. Y allí, respondiste como el Padre te había enseñado: silencioso, impotente y humillado porque sufres el dolor, la oscuridad y la muerte, como nosotros, tus hermanos.

Bajaste del cielo tan pobre, solo con un camino. Subiste al cielo tan pobre, solo con un silencio.

“No te bajes de la cruz, pues, si no te sentimos «crucificado» junto a nosotros, nos veremos más «perdidos»”. José Antonio Pagola

He leído el texto en video:

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Marco Enrique Salas Laure
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Written by Marco Enrique Salas Laure

Poeta y teólogo | 📚Magister en Creación Literaria | Con Jesús, el de Nazaret, del lado plenamente humano

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