Lo excéntrico en la pasión de Jesús
Tal vez, al acompañar la pasión de Jesús se nos pase que ella ha iniciado mucho antes. Jesús no llega a Jerusalén con la intención de ser asesinado sino con la misma intención con la que ha recorrido todo lo ex — céntrico al templo. Su recorrido por las periferias de Galilea ha estado marcado por el deseo de hacer posible, presente y cercano, el Reino de Dios. Más aún, como recuerda lúcidamente Joseph Moingt, lo que ha querido mostrar Jesús es que «el camino que lleva a Dios ya no es el que va de la tierra al cielo pasando por el templo». Así, el camino que lleva a Dios «es el camino que Jesús ha tomado para ir a los vencidos de la historia». Ha sido este camino lo que lo lleva de la periferia al centro. Ha sido este camino el que ha querido compartir con otros y otras: nos topamos con Dios en estos resquicios impensados. Sale a la periferia para predicar esto y ahora, siguiendo los relatos de los evangelios, entra a Jerusalén para sembrar la misma buena noticia.
Como muy bien menciona Pablo d’Ors en su Biografía de luz: «este hombre continúa insistiendo en lo mismo que ha dicho durante los últimos años» aún en las horas cruciales, oscuras y difíciles de su pasión. Así, lo que los evangelios me hacen sentir es que Jesús, estando en movimiento, hace una síntesis que va desde el inicio de su ministerio, excéntricamente, hacia el centro de la fe de su pueblo. En el centro, quiere seguir anunciando el proyecto del Abbá, es decir, una buena Noticia a los pobres; la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos; poner en libertad a los oprimidos; proclamar el año de gracia del Señor (ver Lucas 4, 18).
Todos sabemos lo dramática que se pone la situación entre Jesús, sus seguidores y seguidoras, las autoridades religiosas y el poder político de Roma. Todas las escenas que nos narran los evangelios presentan las tensiones de muchos personajes. Incluso, encontramos drama en la atmósfera, en las luces y sombras, en el día y la noche. Dejando que cada uno recorra este camino de principio a fin, me gustaría señalar un cuadro específico de toda la trama.
En Mateo, que hemos leído en la liturgia del Domingo de Ramos, «la escena se traslada del pretorio, dentro de la ciudad, al Gólgota, el lugar reservado para las ejecuciones públicas, fuera de los muros de Jerusalén» (Fidel Oñoro, cjm). Y esto es lo que me ha parecido bello y dramático en mi propia reflexión para esta semana santa. Jesús muere excomulgado, excluido y rechazado, es decir, a las fueras, lejos del centro. En este sentido, la vida de Jesús que ha acontecido en la periferia se mueve hacia el centro para anunciar lo que ha anunciado fuera de la ciudad. De fuera hacia dentro, así se mueve Jesús. Una vez dentro, la tensión provoca otro movimiento. El que ha venido dentro para hacer palpable el Reino de Dios, es expulsado de la ciudad. Muere como un marginado.
Aquel que había hecho de la periferia su lugar para celebrar la llegada del Reino, el espacio para compartir el pan, el sitio donde sanar, curar y animar en la fe, la localidad para festejar la vida en abundancia del evangelio, ahora es expulsado a otra periferia: Los soldados de Pilato conducen a Jesús fuera de los muros de la ciudad, sobre el Gólgota (27,32).
Me siento como si estuviera mirando, desde lo alto de un monte, toda la escena. Desde la periferia, al centro de la fe de todo un pueblo y desde el centro, otra vez, hacia la periferia, a las afueras. No bastaron sus obras, sus parábolas, sus curaciones, sus mesas compartidas. Nada de esto lo acredita ni le permite escapar de la muerte. Quedo perplejo ante la escena. Esta es solo la primera narración que se me presenta antes de iniciar la semana santa. En los próximos días iremos observando con más detalle cada momento, escena y paso de Jesús. Haremos una especie de acercamiento cinematográfico. Sin embargo, entro a la semana santa con la sensación de que aún me falta mucho para «aprender a estar con él en el hossanah, pero aprender a seguir con él también al pie de la cruz» (José Mª Rodríguez Olaizola, SJ).
Las periferias que asume Jesús, me cuestan. Entro una vez más a la Semana Santa para dejarme iluminar por el maestro de Nazaret. Ojalá aprenda a dar mi vida en todas las periferias existenciales y humanas. En los márgenes con otros y otras hermanas que buscan a Dios. A las fueras de las murallas que hoy se levantan, aún cuando esto implica poner el cuerpo, las manos, las huellas y la vida.
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