La Pascua de un frágil
Por estos días he venido rumiando unos versos del poeta cubano, José Martí.
Los versos rezan así:
Debes amar la arcilla
que va en tus manos.
Debes amar tu arena
hasta la locura.
Y si no,
no la emprendas que será en vano.
Sólo el amor
alumbra lo que perdura,
sólo el amor
convierte en milagro el barro.
Debes amar el tiempo
de los intentos.
Debes amar la hora
que nunca brilla.
Y si no,
no pretendas tocar lo yerto.
Sólo el amor
engendra la maravilla,
sólo el amor
consigue encender lo muerto.
Los he venido rumiando porque creo que estos versos tienen mucho que ver con lo que celebramos por estos días. Venimos de caminar con Jesús por las sombras de algunos personajes que no supieron cómo acoger su propuesta del todo, las sombras de sus discípulos, las sombras de las autoridades religiosas. Y ahora, que se nos abre el panorama de la Pascua, de la resurrección, de la vida, me pregunto desde los versos de José Martí ¿Qué amor consigue encender lo muerto? Porque la Pascua es la celebración de ese amor que enciende lo muerto y que permanece. Pues bueno, quiero proponer algunos amores (lugares) desde el camino que recorrió Jesús antes de su pasión y muerte. Algunos amores que son propuestos por el mismo Jesús en su camino a la entrega de la vida.
1. Betania.
El primer escenario es Betania. Betania que es el lugar de la amistad, de los amigos, del encuentro fraterno. Ese encuentro entre los amigos esta enmarcado por la sombra de la muerte. El texto dice: “Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús”.[1]
Que lucha tiene que hacer ese amor amigo, amistad, fraternidad que cuando aparece en la historia de Jesús se enfrenta de inmediato con la muerte. Se enfrenta tanto que Lázaro también parece que correrá la suerte de Jesús porque este tiene relación con él. Al haberlo resucitado Jesús mostró su profundo amor al amigo, porque ¿Quién de nosotros no ha dado todo porque algún amigo cercano salga de la tumba en la que yace dormido? Pues bueno, el primer amor que creo que es capaz de encender lo muerto es el (1) amor amistad. El amor que fue capaz de sacar a Lázaro de la tumba, el amor que fue capaz de acompañar al Maestro en la alegría, el gozo, la esperanza, la incertidumbre y la duda de cada día. A Jesús lo dicen matar el día que se encuentra con los suyos, porque ¿Qué dificultad de la existencia no es recorrida con valentía si se está acompañado de cómplices?
Este Jesús, plenamente humano, decide relacionarse con otros, decide hacerse amigo de otros y desde allí ir gestando la semilla que permitirá afrontar la fatídica cruz de la existencia. Y allí, volvemos a mirar a la Pascua, ahora que recorreremos el camino de la esperanza, de la paz, de la vida, de las situaciones resucitadas, recordamos que ese amor de la amistad, de los cómplices, ha sido capaz de vencer la decisión de los sumos sacerdotes. La Pascua ahora es el tiempo de la vida compartida y donada entre los amigos. Tiempo para celebrar que cuando nos juntamos aunque las situaciones de muerte y oscuridad aparezcan en el horizonte sabemos afrontarla, juntos. Pascua tiene mucho que ver por tanto, con aquella frase de Nelson Mandela:
“No se trata de pasar la página, sino de volver a leerla, pero esta vez juntos”.
Y así volveremos a leer la historia, los errores, los pasos inciertos, las alegrías, la cruz de nuestra vida pero ya nunca más solos, sino, juntos con el AMIGO y los amigos.
2. La mesa.
En la última cena quiero resaltar otro amor, siguiendo el evangelio según Juan, dice: “Aquel a quien yo le dé un bocado que voy a mojar”.[2] Es hermoso el gesto que hace Jesús con Judas. Él es discípulo desesperado porque Jesús no cumple su expectativa de Mesías y frente a esa desesperación el Maestro decide compartirle un trozo de pan mojado. Para que el gesto tenga mucha más fuerza debemos recordar que “mojar un pedazo de pan es para la Biblia un signo de alianza de hospitalidad. Es un gesto que comunica la voluntad de comunión que anima al maestro incluso frente a quien lo va a traicionar”. ¡Precioso! Jesús ante el discípulo que no se deja mirar y que está cargado de una profunda desesperación, le ofrece el pan y el (2) amor fiel. Ante la sombra, la duda, la incertidumbre, la decisión apresurada, el paso desajustado de Judas, Jesús ofrece la comunión, el pan, le tiende la mano, le abre el horizonte de la esperanza. Jesús quiere hacer y tener una relación con aquel que lo va a traicionar porque su amor es fiel.
Ante esa noche (cfr. Jn 13, 30) donde el horizonte del proyecto de Jesús queda un poco confuso, ante la noche de la expectativas no cumplidas, ante la noche de la exaltación de la imposición y no de la paciencia que sabe de ritmos y tiempos cotidianos, Jesús aparece como luz, su amor que permanece en el traspié de sus discípulos nos da la impronta. Y allí, surge el segundo amor. El segundo amor que encenderá lo muerto es el amor fiel, el amor fiel del Maestro, de Jesús. Ese que quiere ser amigo, también quiere ser fiel y ese amor, nos anima a pasar nuestra “noche de cruz y tentación” para abrirnos a nuestro camino de Pascua. Porque la Pascua es ese paso de Jesús por mi vida y así las cosas, pasaremos de la desesperación de Judas (característica que todos hemos tenido en algún momento) al pan de la comunión, de la amistad, de la fidelidad de Jesús.
3. El piso.
Siguiendo el relato de Juan, ahora nos encontramos en la escena del lavatorio de los pies. Enmarcado, a diferencia de Betania, por el amor. El texto nos dice: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y ya con ese marco nos da la pista para comprender lo que viene a continuación.
Pedro en nombre de lo que aparentemente es verdad no quiere dejarse lavar los pies por el Maestro porque es una situación comprometedora, una situación incomprensible para él, si lavar los pies es la tarea del esclavo, que hace mi Maestro haciéndose esclavo, ¡jamás!
Creo, que allí, oculto detrás del relato hay algo más. Ese Pedro que en nombre de un amor al Maestro no se deja lavar los pies es la muestra clara de cuánto nos cuesta nosotros dejarnos amar, dejarnos querer, abrir las puertas del corazón, mostrar las fragilidades. La intención de la cuaresma era precisamente descubrir esas fragilidades y tenerlas presente para de ellas gestar la materia prima para la Pascua.
Pero, precisamente lo contrario es lo que nos hace ver Pedro. Él ahora es el paradigma del discípulo que no se deja amar. Pero no se deja amar porque amar compromete la vida y la existencia. Porque compromete a la reciprocidad, a devolver, ese es el impulso primero si uno se deja amar, querer hacer lo mismo por el otro pero muchas veces, nuestro corazón parece no tener esa capacidad y para aplacar esa incapacidad aparente lo que hacemos es no permitir que el otro me ame, porque yo no se como devolverle ese amor.
Lo curioso de este caso es que Jesús no se pone como objeto del servicio, del amor, del lavar los pies. Al contrario, dice a sus discípulos que este signo claro que ha hecho es un ejemplo: “os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. Jesús pone al otro, al prójimo como objeto del servicio, no se pone al mismo para mostrar que lo que está haciendo es impulsar la capacidad que tienen todos los suyos para amar hacia fuera.
La Pascua aparece allí. La Pascua es el tiempo de dejarnos amar con las grietas que tenemos con nosotros. Esto lo podemos decir con los versos de otros poetas, con los versos de Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz” o con los de Elvira Sastre: “La vida es frágil, sin duda, pero el amor siempre resiste, nunca se rinde, nunca se va. Sólo hay que cambiar los empujones violentos por avances enérgicos, los pasos hacia atrás por impulsos adelante, los hundimientos por nuevos paisajes. Y eso, que es algo maravilloso, uno lo descubre cuando las grietas se abren”.
La Pascua es el tiempo de exponer las grietas del camino, las grietas que nos hemos hecho por no dejarnos amar ni de Jesús ni del otro para que allí, entre la luz, la luz pascual de saber que dejarse amar esta bien, que dejarse amar con la fragilidad que uno carga está bien, que dejarse amar es aprender. Porque a amar de verdad se aprende. La Pascua es el tiempo de encender lo muerto con el (3) amor frágil.
4. El Gólgota compartido.
Por último, un amor muy parecido al amor amistad es lo que vemos en el encuadre narrativo del capítulo 18 de Juan.
Jesús, colgado del madero tiene una última preocupación, la preocupación porque nadie pase por el horizonte de la cruz, de la muerte, de la dificultad, solo. Aquellos espectadores que gritaban “Hosanna” ya no aparecen, para ellos la cruz no pasa de ser un mero espectáculo. Solo aparecen la madre y el discípulo y allí el amor acompañado, el amor comunidad, el amor comunión llega a su exposición máxima.
La preocupación de Jesús se hace entrega. Le entrega a su madre, una compañía para el silencio que no tiene respuesta para la injusticia. Le entrega a su(s) discípulo(s), una compañía para re-estrenar la vida sin sentir que la fragilidad nos hace incapaces de superar el Gólgota de la cruz.
¿Qué amor enciende lo muerto? El amor comunidad, comunión, compartido, acompañado. Jesús hasta su último aliento nos deja claro que la propuesta de su Padre/Madre, la propuesta del Evangelio, la propuesta del Reinado de Dios, es la propuesta de las luchas compartidas. Deja claro que su ley, es…
Pascua, ahora, se abre como camino compartido. Pascua es el tiempo de buscar, encontrar y propiciar el amor vivo y así, volvemos, como María de Magdala, a la cotidianidad a anunciar y vivir esa experiencia con los otros (Celebramos al final de la Pascua, pentecostés, y lo que ocurre después de pentecostés es el nacimiento de la Iglesia; ¿No les parece curioso? Por allí va la cosa).
5. Pascua y memoria.
María de Magdala, según Lucas, sale con otras mujeres: “El primer día de la semana, de madrugada, fueron al sepulcro llevando los perfumes preparados”. [3] Estas mujeres salen al sepulcro, signo claro del fracaso estrepitoso del proyecto, del reinado, del evangelio. El signo claro de lo que aparentemente parece una “mentira”, nos estafaron — podrían venir pensando en el camino — este no cumplió las expectativas, anhelos profundos y esperanzas. Van camino a visitar a un amor muerto. Y allí, en ese encuadre, hay un detalle impresionante y hermoso. Estas mujeres encuentran la piedra corrida y, al instante, a dos personajes y estos le dan la clave del misterio pascual: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad lo que os dijo estando todavía en Galilea: Este Hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará. Ellas entonces recordaron sus palabras, se volvieron del sepulcro y contaron todo a los Once y a todos los demás”.
¿Dónde deben buscar al que está vivo? Deben buscarlo en sus palabras, en lo que les ha dicho. ¡Que belleza! Al resucitado lo encontramos en las palabras que nos ha dicho, que nos ha compartido, que nos ha hablado al corazón. Y allí, el horizonte de la pascua, una vez más. Estas mujeres al recordar sus palabras, no se quedan en el sepulcro (signo de la muerte de las esperanzas e ilusiones, del futuro y del proyecto) sino que regresan, vuelven a la vida. Se les enciende el corazón porque las palabras de Jesús siguen siendo fuego abrazador para el corazón y fuerza para impulsar la vida en lo que sigue.
¡Pascua! Tiempo para recordar las palabras de Jesús. La que nos dijo el día que hicimos eso que nos daba miedo. La que nos dijo cuando nos encontramos por primera vez. La que nos dijo ante la muerte de un familiar. La que nos dijo ante las dificultades familiares. La que nos dijo ante la soledad. La que nos dijo aquel día que fuimos muy felices. La palabra, que es el mismo, y se nos dio para ser gramática de Dios[4].
Este amor, esta palabra, este Jesús, esta vida, enciende ahora como nunca antes “lo muerto”.
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[1] Juan 12,1–11.
[2] Juan 13, 26.
[3] Lucas 24, 1.
[4] http://www.fragmenta.cat/es/fragmentos/cataleg/fragmentos/528494