La luz permanece y habita entre nosotros.
Toda la narración desde la Pasión de Jesús hasta su Resurrección y encuentro con sus discípulos está atravesada por la “lucha”, podríamos decir, entre la oscuridad y la luz. La oscuridad aparece presente en el momento del Gólgota (Cfr. Mc 15, 33; Mt 27, 45; Lc 23, 44; Jn 20, 1[1]) y la luz triunfa sobre ella en clave pascual cuando, al buscar el cuerpo de Jesús que yace muerto en el sepulcro, los evangelistas ponen esta escena, en la mañana del siguiente día (Cfr. Mc 16, 1; Mt 28, 1; Lc 24, 1; Jn 20, 19[2]). Toda la narrativa pascual, por tanto, se podría titular: “El triunfo de la luz”.
La oscuridad que viene acompañando a Jesús en sus últimos momentos (Cfr. Jn 13, 30; 18, 30) es vencida por la luz del día siguiente, de la mañana siguiente, donde toda la vida se re-estrena. Por eso podrías proclamar aquellos versos de Benjamín González Buelta, SJ, que rezan así: “Esta mañana te busco en la muerte, te alzo del fango, te cargo, tan frágil. Escojo la vida”. Nosotros los discípulos de Jesús pasamos de la noche, oscura y silenciosa, de la muerte a la luz, re-creadora y esperanzadora, de la vida. Es así que, confiados, podemos asegurar que en la Pascua que estamos viviendo en este momento presente, la luz permanece y habita entre nosotros.
La luz para ver.
En clave de esta narrativa de luz y oscuridad. La luz se nos da para ver. No podemos perder de vista ese elemento fundamental. La luz nos permite disipar la niebla de la duda, de la inseguridad, de la desesperanza, del fracaso para ver cómo se va colando, en nuestra propia historia, esa sorpresa que vivieron los discípulos: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?” que podríamos decir también: “¿Por qué buscamos la vida en donde no está? ¿Por qué buscamos la alegría en donde no está? ¿Por qué buscamos la esperanza en donde no la está?” y sí, todo ello no está en la tumba, sepulcro, de piedra. En la tumba hermética de un silencio inhabitado. En el sepulcro sellado donde no se cuela la vida y la esperanza. ¿Por qué seguimos buscando donde no encontraremos? Y allí, la luz que vence a la niebla nos da la respuesta anhelada. Cuando ella disipa aquello que nos impide ver, entonces, veremos a Jesús como hizo Bartimeo, de su ceguera a la vista, o como hizo María de Magdala, del llanto que nubla los ojos a la alegría de saberse conocida y amada por el Maestro resucitado.
Por tanto, la pascua es el tiempo de creer en la luz que nos permite ver “el misterio escondido” [3] de la vida, como respuesta de Dios para quienes saben esperar, para quienes han sabido “amar la hora que nunca brilla”[4]. Pascua es el tiempo de la luz que vence, no por imposición, no por golpes, no por leyes, no por injusticias, no por venganza, sino por entrega. Sí, porque cada vez que entregamos la vida a ejemplo del Maestro, la vida va triunfando y la esperanza sigue siendo el escudo para defenderla [5].
Ahora, me gustaría proponer en clave de esta reflexión: “La luz permanece y habita entre nosotros” tres “luces” que, desde la experiencia pascual de los discípulos, permanecen con nosotros, que habitan entre nosotros, que nos acompañan en este camino pascual. No olvidemos dos cosas: 1. El paso, de las noches previas a la muerte de Jesús y la noche de la cruz, a la luz pascual y 2. La luz pascual es para ver el misterio de la vida venciendo.
Veamos, entonces, estas tres luces que nos acompañan en nuestra pascua.
1. La luz del amor herido que se expone (Jn 20, 20).
El relato del encuentro de Jesús con sus discípulos en la Buena Noticia según Juan es realmente impactante y hermoso. Jesús se presenta de una manera muy concreta, viva y auténtica ante sus amigos del camino. Detrás de esta narración sigue habiendo un movimiento de lucha entre luz y oscuridad.
De la tumba donde no hay luz, donde las paredes son de roca, donde no hay vida, donde la única entrada está cerrada por una gran losa que impide toda posibilidad de vida, al encuentro de un Jesús herido que se expone. Me parece que el movimiento detrás de esta escena tiene resonancia en los versos de Leonard Cohen que rezan: “Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz”. La tumba que cierra todas sus grietas y no permite que entre la luz es ahora, contrapuesta, por las grietas de un Jesús que se expone herido.
Allí radica la belleza de esta escena. Las marcas, grietas, heridas de este Jesús no son pruebas de la resurrección sino signos de su amor y de su entrega hasta la muerte. Y solo cuando Jesús muestra sus heridas, dice el texto: “Los discípulos se alegraron al ver al Señor” (Jn 20, 20).
El Maestro no resucita en un cuerpo/signo perfecto, inmaculado, nuevo sino que llena de vida a los discípulos, mostrándose con sus grietas y desde ellas ilumina la nostalgia, la tristeza, el miedo de los suyos. Los ilumina tanto que, cuando estos reconocen que ese hombre marcado y herido es Jesús, se alegran de verlo. La tristeza que da la muerte y el sentido de culpa por haberle abandonado en los momentos cruciales ahora es vencida por la luz de un Maestro que les muestra que les ama y mucho, y que deja que sus heridas sean iluminadas por la vida compartida.
Es la vida compartida a la luz de las dificultades la que hace que estos hombres “encerrados” en la muerte se “abran” a la luz de la vida. Es hermoso, por tanto, pensar que lo mismo nos puede ocurrir a nosotros cuando nos mostramos las heridas, las grietas y las dejamos ser iluminadas por la vida compartida. Es hermoso reconocer que sí, que uno puede reconocer a kilómetros de distancia, en medio de una multitud por poner un ejemplo, a esa persona que nos ama y que amamos porque esa persona lleva consiga las grietas de su decisión de amarnos y nosotros llevamos las grietas de nuestra decisión de amarle. Por eso, ver a mi madre cada vez que regreso a Panamá, cuando está en la cocina preparándome lo que tanto me gusta, ver sus manos, ver sus marcas, es recordar que esta mujer toda la vida me ha amado y allí, yo también veo y me alegro porque las grietas de la vida donada de mi madre, iluminan la mía y yo, sin ser tan pretencioso, espero iluminar las de ellas.
En todo caso, la primera luz que permanece, es la luz de un Jesús herido que se expone y que desde allí, ilumina la noche interna de sus discípulos “encerrados” y les permite “ver” el misterio de la vida que no necesita ser defendida a fuerza de golpe (Cfr. Jn 18, 10–11) sino a fuerza de entrega y servicio (Cfr. Jn 14, 34–35) y esto queda claro porque estos discípulos ven, sí, ven a un Jesús herido, a un amor herido y entregado que vence.
Ahora, dentro de esta misma escena ocurre otra cosa interesante que no quiero dejar pasar. Puede servirnos para profundizar aún más en está primera luz que permanece.
Tomás no está en el momento en que Jesús se encuentra por primera vez con sus discípulos. Dice la famosa expresión: “Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el agujero, si no meto la mano por su costado, no creeré”. (Jn 20, 25). Tomás no afirma que sus hermanos estén equivocados ni se burla de ellos, lo único que necesita es vivir su propia experiencia de pascua. Su propia experiencia de ver al amor herido y entregado que vence a fuerza de servicio, paz, reconciliación, comunión, fraternidad.
Y, cuando Tomás tiene su propia experiencia, enmarcada por el introducir sus dedos en las heridas, pudo entonces “resucitar y ver” y allí descubre entonces, como diría Buelta, SJ, que “resucitar, no es una piel envejecida que se estira en el quirófano, sino una presencia que ilumina cada arruga con su historia”.
Pascua el tiempo en que la luz del amor herido y expuesto, permanece para mostrarnos el misterio de la vida entregada y donada.
2. La luz que se adelanta en la vida cotidiana. (Mc 16, 7).
En el encuentro con aquel joven (νεανίσκον) que tienen María Magdalena y las mujeres, estas son invitadas a llevar un mensaje. Atención con ese mensaje, dice el texto: “Id ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán (ὄψεσθε), como les había dicho”. (Mc 16, 7)
La Buena Noticia según Marcos hace, en este versículo, una relación muy interesante. Galilea está relacionada con ver. Un lugar específico está relacionado con la posibilidad de ver.
Primero, pensemos en Galilea, ¿Qué es Galilea para los discípulos? Me parece que la explicación de José Antonio Pagola nos puede dar la clave. Dice Pagola:
En Galilea empezó Jesús a llamar a sus primeros seguidores para asociarlos a su proyecto de abrir caminos al reino de Dios: siguiendo los relatos de los evangelios, también nosotros podemos escuchar hoy su llamada a colaborar con el Resucitado abriendo caminos a un mundo más humano, justo y fraterno. En Galilea se fue gestando la primera comunidad de seguidores de Jesús, que con él fueron aprendiendo a vivir acogiendo, perdonando, aliviando el sufrimiento, curando la vida y despertando la confianza de todos en el amor insondable de Dios: recorriendo los relatos evangélicos también nosotros viviremos la misma experiencia en nuestras comunidades cristianas; reunidos en torno al Evangelio de Jesús resucitado iremos aprendiendo a vivir como él.[6]
Galilea es por tanto el lugar del encuentro con el Jesús resucitado que evoca el camino recorrido por él y sus discípulos a lo largo de su misión. Ver al Jesús resucitado en Galilea me hace pensar en volver, volver con valentía a la cotidianidad aquella donde nos encontramos con él, ahora con la variante de saber que la vida ha vencido y que ahora, debe vencer en esos contextos donde nos movemos, somos y existimos. Por eso, la segunda luz es la luz que se adelanta en la vida cotidiana. Despertar cada mañana y pensar que a donde iré, en donde estaré, con quién me encontraré ya habita la luz del resucitado me hace pensar que la vida sigue triunfando, no a fuerza golpe y grito, sino a fuerza de misterio escondido, que se abre a aquellos que poco a poco van descubriendo esas pistas y huellas del Jesús que se nos adelanta a esos lugares y personas.
Por eso, esa luz cotidiana y podríamos decir hasta “normal”, esa luz sencilla es la luz que nos permitirá “verlo”. No es luz de un evento apoteósico sino la luz que habita ya en “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día.”[7] Y en tantas otras circunstancias donde vence la paz, la reconciliación, las lágrimas sinceras, los abrazos frágiles, las palabras de amor. En tantas circunstancias donde las fronteras personales se abajan para dialogar sin herirnos, donde el silencio no es indiferente sino habitado, dónde familia significa lugar seguro para mostrar los miedos y las dudas, donde amar es la pasión de todos, donde servir es la mejor manera de pedir perdón, donde hablar no es ganar sino comprender. En tantas otras circunstancias donde la ley del amor, de Jesús, vence. Esa ley que “que se conmueve, arde, celebra y lucha. Que tiende los brazos. Que entiende las caídas, que aspira a todo desde el saberse poco. La de la entraña estremecida ante el misterio del prójimo. La del sollozo compasivo que no renuncia a la esperanza. La que sostiene la vida sin conformarse con menos. La de la risa sincera. La de vaciarse hasta la última gota”.[8]
Por eso, podemos decir con José Luis Blanco Vega, SJ:
“Quien diga que Dios ha muerto que salga a la luz y vea si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. Ya no es su sitio el desierto, ni en la montaña se esconde; decid, si os preguntan dónde, que Dios está sin mortaja en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”.
Pascua el tiempo en que la luz cotidiana se hace una con la luz del resucitado y por tanto, luz que nos permite verle en la Galilea que cada uno habita.
3. La luz de la memoria compartida. (Lc 24, 31).
Ahora podemos ver hacia Emaús. Ese Emaús que también personifica la nostalgia, la soledad, la noche, la incertidumbre, la desilusión, el fracaso y la huida de Jerusalén, para no enfrentar la muerte del Maestro en la cruz.
La escena es conocida. Los discípulos de camino se encuentran con un peregrino y este luego, es reconocido como Jesús, al partir el pan.
Para esta luz, quisiera resaltar unos detalles de la narración: “Pero ellos le insistieron: — Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída. Entró para quedarse con ellos; y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. (Lc 24, 29–31).
¿Donde se ve la luz en este texto? Lo primero que llama mi atención es que el texto nos dice que “el día iba de caída” o en otras traducciones dice que “el día se acaba”. Hermosa esa expresión porque se crea así una especie de movimiento interno que va desde 1. El día se acaba. 2. Tomó el pan y 3. Los ojos de ellos se abrieron (ver).
El día se acaba, la luz se acaba, la nostalgia, la perdida, la desilusión que llevamos por dentro, como la de los discípulos de Emaús, parece que va a seguir ganando, su oscuridad parece que se sigue apoderando de nuestro corazón pero justo allí, en esa frontera “donde acaba el ruido y empieza la soledad, allí, justo allí”[9] aparece la luz. ¿Cuál luz? La luz de la memoria compartida.
Estos discípulos logran “ver”, se les abren los ojos porque su memoria compartida sigue intacta, sigue viva, sigue ardiendo, sigue luchando, sigue presente. No cualquier memoria, de un hecho pasado, de un hecho antiguo, de un hecho que pasó y luego se recuerda sin que pase nada en el corazón, ¡No! La memoria de un hecho que sigue vivo porque es un hecho compartido. La luz que se enfrenta al día que acaba y a la oscuridad que va naciendo es la luz de la memoria del pan compartido que permite ahora recargar el corazón de fuerza y valentía para volver a la Jerusalén que cada uno habita.
Por eso, en este camino pascual será cada vez más importante recuperar la importancia del pan compartido. No hay un pan más bendito que otro, solo hay un pan que si es compartido en la mesa con los hermanos, nos dará la luz de la memoria para enfrentar la noche. Y allí, envueltos en las nieblas que todos llevamos, allí seguirá viva la luz de ese pan humilde, sencillo, que nos recuerda que él sigue con nosotros en medio de la comunidad, en medio de la celebración de la eucaristía, donde hacemos presente esta memoria compartida.
Por eso, para concluir este punto, podemos retomar estas palabras de José Antonio Pagola:
Estos discípulos tienen todo y no tienen nada. Les falta lo único que puede hacer «arder» su corazón: el contacto personal con Jesús vivo ¿No será este nuestro problema? ¿Por qué tanta mediocridad y desencanto entre nosotros? ¿Por qué tanta indiferencia y rutina? Se predica una y otra vez la doctrina cristiana; se escriben excelentes encíclicas y cartas pastorales; se publican estudios eruditos sobre Jesús. No faltan palabras y celebraciones. Nos falta tal vez una experiencia más viva de alguien que no puede ser sustituido por nada ni por nadie: Jesucristo, el Viviente. No basta celebrar misas ni leer textos bíblicos de cualquier manera. El relato de Emaús habla de dos experiencias básicas. Los discípulos no leen un texto, escuchan la voz inconfundible de Jesús, que hace arder su corazón. No celebran una liturgia, se sientan como amigos a la misma mesa y descubren juntos que es el mismo Jesús quien los alimenta. ¿Para qué seguir haciendo cosas de una manera que no nos transforma? ¿No necesitamos, antes que nada, un contacto más real con Jesús? ¿Una nueva simplicidad? ¿Una fe diferente? ¿No necesitamos aprender a vivirlo todo con más verdad y desde una dimensión nueva? Si Jesús desaparece de nuestro corazón, todo lo demás es inútil. […] Donde unos hombres y mujeres caminan preguntándose por él y ahondando en su mensaje, allí se hace presente el Resucitado. Es fácil que un día, al escuchar el Evangelio, sientan de nuevo «arder su corazón». Donde unos creyentes se encuentran para celebrar juntos la eucaristía, allí está el Resucitado alimentando sus vidas. Es fácil que un día «se abran sus ojos» y lo vean. Por muy muerta que aparezca ante nuestros ojos, en esta Iglesia habita el Resucitado. Por eso también aquí tienen sentido los versos de Antonio Machado: «Creí mi hogar apagado, revolví las cenizas… me quemé la mano».[10]
Pascua el tiempo en que la luz de la memoria compartida en la eucaristía nos ilumina para verlo a él y reconocer que nos alimenta, nos da la vitalidad, la vida, la esperanza para volver a la Jerusalén que cada uno habita.
4. Conclusión.
La luz permanece y habita entre nosotros. Habita en el amor herido que se expone. Habita en la vida cotidiana y habita en la memoria compartida. Ahora, nos abrimos a este camino de Pascua y pensamos en la resurrección porque “el mundo nos necesita resucitados, es decir, una y otra vez transformados, resurgiendo de las muertes diarias con más vida, con más energía, con más optimismo, con más fe… Porque hay demasiados agoreros de calamidades, demasiados amargados por todo lo que es malo, demasiados gimoteos innecesarios y demasiados rencores enquistados; y muy pocas miradas limpias… Vivamos ya anticipando la resurrección, cantando, viviendo”. [11]
Y así, con la luz que permanece y nos resucita, oramos con los versos de Buelta, SJ:
Resucitar,
no es una piel envejecida
que se estira en el quirófano,
sino una presencia que ilumina
cada arruga con su historia,
no es un golpe en el alma
que se anestesia con drogas,
sino una caricia que sana
la memoria y la carne,
no es un desencuentro entablillado
para salvar apariencias,
sino un abrazo infinito
que teje las diferencias,
no es un robo a los pobres
legalizado con indultos,
sino un fuego que separa
la justicia de la escoria,
no es el oasis final
para olvidar pesadillas,
sino un vino añejado
en las bodegas del camino.
Porque todo lo que nos golpea
a ti también te hiere,
y al abrirse en ti a la vida
también en nosotros resucita. [12]
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[1] Un dato interesante a tomar en cuenta es que Juan, a diferencia de los evangelios sinópticos, presenta la noche, no en la muerte en cruz de Jesús sino en la búsqueda de María de Magdala del cuerpo.
[2] Juan, a diferencia, pone la presencia de la luz (al atardecer de ese mismo día) en el marco del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos.
[3] Verso de un Poema de Pedro Casaldáliga:
http://www.servicioskoinonia.org/Casaldaliga/poesia/tiempoespera.htm
[4] Versos de un Poema de José Martí: https://pastoralsj.org/recursos/oraciones/275-lo-que-debes-amar
[5] “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” ― Julio Cortázar, Hopscotch.
[6] https://www.gruposdejesus.com/escuchar-el-evangelio-como-palabra-del-resucitado/
[7] Papa Francisco, “Gaudete Et Exsultate: Exhortación Apostólica Sobre La Llamada a La Santidad En El Mundo Contemporáneo,” Vaticano http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20180319_gaudete-et-exsultate.html.
[8] https://youtu.be/cNZvIv1ICkc?t=171
[9] https://radiomaria.org.ar/rm-joven/10657-fronteras/
[10] https://adelmovd.files.wordpress.com/2016/03/pagola-jose-antonio-el-camino-abierto-por-jesus-lucas.pdf
[11] https://pastoralsj.org/creer/1331-cuando-se-vacian-las-tumbas