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¿La Iglesia siempre en reforma?

Marco Enrique Salas Laure

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Durante toda su historia, la Iglesia ha mostrado signos de una aspiración clara: su reforma constante. Desde los movimientos gestados por san Francisco de Asís, santa Teresa, san Ignacio; hasta, en este último tiempo, el programa del papa Francisco para que la Iglesia vuelva a la fuente. Todos estos movimientos ad intra de la Iglesia son muestras del deseo de estar siempre en proceso de reforma que le es inherente. En este sentido, el Concilio Vaticano II supuso una reforma que buscó una vuelta a las fuentes de la vida cristiana y un dialogo abierto con la modernidad.

Dicho esto, ante la necesidad de reforma que tiene la iglesia, como tarea y propósito de sí misma, surgen algunas preguntas: ¿Qué es lo que significa esa renovación de la Iglesia? ¿En qué términos se desarrolla esa renovación? ¿En la Iglesia del momento presente hacia que horizonte debemos caminar?

Ante de abordar esta pregunta, quisiera hacer un pequeño barrido por la historia de las reformas en la Iglesia en tres momentos: 1. La Iglesia primitiva. 2. La Iglesia del segundo milenio. 3. El concilio Vaticano II. Una vez presente brevemente estos tres puntos, abordaré las preguntas que nos planteamos.

Vincent van Gogh — The Church in Auvers-sur-Oise

1. La historia de las reformas en la Iglesia.

En la Iglesia primitiva, en la época de los Padres de la Iglesia no aparece el término “reforma de la Iglesia”, puesto que su elaboración teológica, doctrinal y pastoral va más bien dirigida a una reforma moral y espiritual de los cristianos. Su interés es que los cristianos estén conscientes de lo significa una vida bautismal y que renueven dicha vida constantemente (2 Cor 3,18; Col 3, 10). En esos mismos términos, hablaran pues de que el cristiano no puede conformarse a este mundo (Rm 12, 2; Ef 4, 23). Es decir, la Iglesia muy temprano en su historia, por medio de estos personajes, hablara sobre la necesidad de ser semejante a Cristo.

Por ejemplo, según Gregorio de Nisa[1], “lo más propio del cristiano es ser portador del nombre de Cristo, es decir, participar de este nombre; su perfección consistirá, pues, en llevar este nombre adecuadamente, haciendo vida propia lo que el nombre de Cristo significa. La búsqueda de la perfección cristiana tendrá, en consecuencia, una doble vertiente: considerar la importancia del don recibido — la comunión con Cristo significada incluso en la comunión con el mismo nombre — , y llevar una vida conforme a lo que este nombre significa, es decir, seguir e imitar a Cristo”[2].O, dicho en palabras de Codina: “Se trata de recuperar la imagen divina recibida en la creación (Gn 1,26) y, según la antropología oriental, pasar de la imagen a la semejanza divina”[3].

En la Iglesia del segundo milenio ocurrió algo muy importante. Del siglo XI al XII se gestan unos movimientos proféticos laicales. Estos movimientos desean una vuelta al evangelio y a la Iglesia primitiva. Entre ellos encontramos: cátaros, valdenses, albigenses, humillados, pobres de Dios, el milenarismo de Joaquín de Fiore, los mendicantes sobre todo franciscanos y dominicos. Es en ésta época en la Giovanni Francesco Bernardone recibe su misión en estos términos: “Francisco -le dice, llamándolo por su nombre-, vete, repara mi casa (domum meam), que, como ves, se viene del todo al suelo (destruitur)”[4]

Sin embargo, tendríamos que esperar hasta el 1517 con Martín Lutero,[5] para hablar de un movimiento moderno de la Reforma de la Iglesia, encabezado por el fraile agustino. Esta reforma se considera en esta clave: Ecclesia reformata, semper reformanda. Por otro lado, en el seno de la Iglesia católica, aunque se dan movimientos interesantes, ellos “no inciden directamente en la reforma eclesial: la referencia eclesial se limita a las reglas para sentir en la Iglesia militante, “nuestra santa madre Iglesia jerárquica”, seguramente como reacción frente al movimiento reformador protestante”[6].

2. La reforma del Vaticano II.

Distintos Papas en la historia reciente de la Iglesia han hecho un llamado e invitación a no olvidar la tarea y necesidad de reforma constante de la Iglesia. Por ejemplo, Pablo VI hacía la invitación en estos términos:

La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia — tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27) — y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí.[7]

En estas palabras de Pablo VI percibimos que la reforma de la Iglesia es un anhelo generoso e impaciente que, en todo caso, busca responder al desafío de expresar la frescura y novedad del Evangelio en nuevos contextos, espacios, culturas, épocas e interlocutores de la evangelización. Ya que, volviendo a su fuente, “brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”[8]

De forma semejante, el Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: “Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”[9].

En la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, afirmará: “La iglesia siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación”.[10]

Por consiguiente, el Concilio Vaticano II fue un concilio reformador. Tenia una clara intención de volver a las fuentes de la vida cristiana y un profundo deseo de dialogar con la modernidad. En sus textos encontramos diferentes llamados como: volver al Cristo llamado a evangelizar a los pobres (LG 8), discernir los signos de los tiempos (GS 4; 11; 44) y reforma en la Iglesia (UR 4; 6).

Sin embargo, debemos decir que prontamente surgió “el freno del concilio y el surgimiento de una verdadera contrarreforma conciliar”[11]. Por ello, el papa Francisco se ha propuesto retomar el espíritu del Concilio y abrirle camino dentro de la Iglesia. En su encuentro del 17 de octubre de 2018 con los jesuitas de los países bálticos; uno de los presentes le pregunto: “¿Cómo podemos ayudarlo?” a lo que el obispo de Roma respondió: “Siento que el Señor quiere que el Concilio se abra camino en la Iglesia. Los historiadores dicen que para que un concilio sea aplicado hacen falta cien años. Estamos a mitad de camino. Por tanto, si quieres ayudarme, actúa de manera de llevar adelante el Concilio en la Iglesia”[12].

Siguiendo esta intuición espiritual, de un camino abierto para el Concilio dentro de la Iglesia, el Papa se hace eco de la necesitad de continuar la reforma de la Iglesia. Por eso, reitera muchas veces este tipo de preguntas: “¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”[13]

3. ¿Qué supone esta reforma constante?

El dominico Yves Congar publico en 1950 un libro titulado: ‘Verdadera y falsa reforma en la Iglesia’[14]. En él, Congar afirma que la cuarta condición para una reforma es: Renovar mediante el retorno al principio de la tradición. Dicho de otro modo, una verdadera renovación pasa por llegar a la tradición profunda y no introducir novedad de forma mecánica. Una vuelta a las fuentes, a lo originario y fundacional.

Por eso creo que esta renovación constante de la Iglesia supone, fundamentalmente, volver al Evangelio como narrativa del seguimiento de Jesús de Nazareth[15]. De hecho “esto supone volver a la Palabra, volver al evangelio, volver a Jesús el Cristo, al Cristo que es Jesús de Nazaret”.[16] De manera que este “volver” sólo puede ser posible si la Iglesia, como comunidad de discípulos de Jesús, en función de su seguimiento se deja mover por el Espíritu.

Por esta razón, la necesidad de reforma permanente de la Iglesia se configura desde el seguimiento de Jesús. Si algo significa volver a la fuente es volver a Jesús en clave de encuentro y seguimiento. De allí que sea lógica la razón por la cual el papa Francisco haya iniciado la Evangelii Gaudium de la siguiente manera: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”[17].

Los evangelios nos dan testimonio de que esto fue lo que ocurrió con los discípulos: 1. Se encuentran con él (Mc 1, 17; 2, 14; Jn 1, 35–51) 2. El seguimiento les impulsa a renunciar a poner en el centro a la familia y los bienes (Mt 8, 21; Lc 9, 59, s; 14, 24–35; Mc 10, 21; Mt 19,10–2) para 3. Colocar en primer lugar a la persona y la obra del Maestro (el Evangelio del Reino).

Ahora, a manera de conclusión, bosquejemos algunas características de ese seguimiento.

4. Características del seguimiento.

A. El seguimiento de Jesús es seguimiento personal y comunitario. En la narrativa de los Evangelios, en principio, pareciese que ese seguimiento es intimista e individualista, sin embargo, Jesús llama a sus discípulos (Mc 1, 17) a un discipulado comunitario. Así, cuando crea el grupo de los Doce (Mc 3, 13–19) lo que se subraya en este pasaje es la dimensión comunitaria del seguimiento que luego acabará en el envío (Mc 6, 7–13). Entonces, ese primer llamado, al cabo de un proceso, se convierte en un envío ha anunciar la buena noticia del Reino.

B. El seguimiento de Jesús es un seguimiento historizado. Es decir, actuar de la misma manera en la que Jesús actuó pero en la historia de hoy; desde una actualización del proyecto de Jesús, que es sin lugar a dudas, el Reino de Dios. Este seguimiento historizado implica un conocimiento de la vida de Jesús y en consecuencia vivir un proceso al estilo de Jesús. Es un seguimiento que nos lleva a asumir una praxis encarnada en la historia para profundizar en quién es Jesús. En conclusión, con Codina podemos decir: “el Espíritu de Jesús exige no solo una conversión personal sino histórica, comunitaria y estructural, en una Iglesia que camina como comunidad histórica hacia el Reino. Por tanto el seguimiento debe ser historizado y visibilizado en la Iglesia y en la sociedad de hoy”.

C. El seguimiento de Jesús es un seguimiento en el Espíritu. Dicho de otro modo, el seguimiento de Jesús es ya una “espiritualidad” que debe ser movida por el Espíritu de Jesús ya que “el seguimiento en el Espíritu es sinergia, comunión vital, es configuración existencial y mística con el Señor, el Espíritu es luz, calor, fuerza y suavidad”[18].

[1] Sobre la vocación cristiana, Ciudad Nueva, 1992.

[2] Imitación Y Seguimiento De Cristo en Gregorio De Nisa. (2001). Scripta Theologica, 33(3), 601–622.

[3] Codina, Seguimiento de Jesús en el espíritu, 197.

[4] https://www.franciscanos.org/enciclopedia/asseldonk.html

[5] Desde el punto de vista histórico, el Concilio Vaticano II significa un cambio de perspectiva; esencialmente, esta nueva fase de investigación se caracteriza por una asombrosa aproximación a la figura del Reformador que puede ser descrita como el descubrimiento de Martín Lutero como una “posibilidad católica”. Peter Manns presentó la categoría de “Padre en la fe” (1 cor 4,15) como decisiva para el descubrimiento de la relevancia ecuménica de Lutero. Tiempos nuevos para superar barreras y avanzar del conflicto a la comunión. Cfr. Madrigal, S. (2018). Variaciones históricas en la imagen católica y evangélica de Martín Lutero. Estudios Eclesiásticos. Revista de investigación e información teológica y canónica, 93(365), 335–373. Recuperado de https://revistas.comillas.edu/index.php/estudioseclesiasticos/article/view/8850

[6] Codina, Seguimiento de Jesús en el espíritu, 199.

[7] Pablo VI. “Carta encíclica Ecclesiam suam el “mandato” de la Iglesia en el mundo contemporáneo” 3.

[8] Francisco. “Exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual”11.

[9] Concilio Vaticano II. “Decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo” 6.

[10] Concilio Vaticano II. “Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia” 8.

[11] Codina, Seguimiento de Jesús en el espíritu, 200.

[12] Spadaro, Antonio. “Creo Que El Señor Está Pidiendo un Cambio En La Iglesia”, La Civiltà Cattolica Iberoamericana, 17 de octubre de 2018, https://www.civiltacattolica-ib.com/dialogo-privado-jesuitas-paises-balticos/. (consultado el 10 de octubre de 2019).

[13] Francisco. “Santa misa con los movimientos eclesiales en la solemnidad de Pentecostés (19 de mayo de 2013)”. Vatican,http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130519_omelia-pentecoste.html (consultado el 10 de octubre de 2019).

[14] Congar, Y. O. P., & Rubio Morán, L. (2014). Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. Ediciones Sígueme.

[15] Trejo, «Ecclesia Semper Reformanda» Reflexiones en camino, 3.

[16] Codina, Seguimiento de Jesús en el espíritu, 201.

[17] Francisco. “Exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual” 3.

[18] Codina, Seguimiento de Jesús en el espíritu, 201.

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Marco Enrique Salas Laure
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Written by Marco Enrique Salas Laure

Poeta y teólogo | 📚Magister en Creación Literaria | Con Jesús, el de Nazaret, del lado plenamente humano

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