Elogio a la fragilidad
1. Que no me hablen pero que estén.
Verbalizar que nuestro cuerpo no responde, que nuestros pensamientos no recorren un manantial, como tobogán de parque acuático, que si por fuera llueve, es nada, comparado con la tormenta que se está viviendo por dentro; verbalizar eso, es de las experiencias más complejas y difíciles que he podido experimentar en lo que va de este año. Seguramente la respuesta fácil de algunos sería: “Ora, ve al santísimo, ayuna” y sí, puedo entender eso, pero, lo haría ¿Para qué? ¿Para decirle a Jesús que me quite esta soledad que a veces muerde? ¿Para decirle a Jesús que me quite esto que estoy sintiendo? ¿Para decirle a Jesús que aleje mis sombras? Bueno, tal vez sea la manera en la que muchos, algunas veces en la vida, hemos afrontado eso que nos duele y rompe por dentro. Esta vez — me dije — no será así Enrique. Y allí, recordé aquella oración que me traspasó en mi visita el año pasado a Taizé. La canción dice:
Jésus le Christ, lumière intérieure
Ne laisse pas mes ténèbres me parler
Jésus le Christ, lumière intérieure
Donne moi d’accueillir ton amour[1]
Que en español sería:
Jesús, El cristo, luz interior.
No dejes que mis sombras me hablen.
Jesús, El cristo, luz interior.
Permite acoger tu amor.
Y sí, he orado, he estado a solas con él. Pero no para que me aleje de esto, no para que me aleje de mis sombras sino para pedirle que me dé la valentía para enfrentarlas. Porque creo que cada vez que vivimos un momento como este, es él mismo transformándonos por dentro. Porque muchas veces ore diciéndole: “Dame la gracia de crecer en el amor” y resulta que, ayer desperté y descubrí que esta es su respuesta. Su gran respuesta de amor es déjame entonces romperte por dentro y armarte de nuevo, déjame mostrarte todo lo que eres, toda la sombra y la luz que eres, porque solo conociéndote en tu humanidad podrás ser un mejor discípulo y compañero de camino para otro. Por eso, le pido que no deje que esas sombras me definan, me hablen, me convenzan de parar, me tienten a dejar este proceso a medias, me persuadan y me hagan creer que no soy lo “suficientemente” bueno para seguir las huellas del amigo de Nazaret. Al contrario, le pido la gracia de acoger su amor, porque solo cuando estoy roto, cuando estoy débil, cuando no tengo ninguna de esas “fuerzas” que me hacen sentir el súper-mega-discípulo puedo entregarme y decirle: “Aquí estoy, sin más que esta fragilidad”.
Cuando pienso en esto, el Evangelio coge un sentido más profundo. ¡Claro! Es la experiencia de muchas de las personas con las que Jesús se encontró. Hay quienes supieron mostrar su fragilidad (el ciego, el cojo, el leproso, el centurión, la mujer cananea, Pedro) y hay quienes decidieron hacerse los fuertes y no dejaron que el amor de Jesús les traspasará (El rico, Judas, Poncio, las autoridades religiosas, algún discípulo que quería poder).
Hasta el propio Jesús tuvo la necesidad de ser ayudado. Porque, aunque muchas veces algunos quieran verlo como el súper-hombre-hijo-de-Dios, Jesús está lejos de ser el hijo de Zeus. Jesús necesitó que le ayudaran para cargar la cruz de la injusticia. Él, la palabra de Dios, si algo se hizo con toda la profundidad que eso tiene es: frágil[2]. La palabra de Dios, no vino al mundo completico, perfecto, sin necesidad de ser cuidado, alimentado, acompañado, ¡No! Vino como un niño, y todos los que hemos sido niños o tenemos sobrinos o niños cerca, sabemos lo frágil que es un niño y los muchos cuidados que debemos tener con ellos (que tuvieron con nosotros) para llegar hasta aquí. Y así, desde el niño hasta la cruz, él se hizo frágil, y lo hizo así porque amó. Y amar, como diría Olaizola, a veces será una fiesta y a veces serán lágrimas.
Por eso, le pido que me permita acoger su amor transformador, su amor iluminador, su amor que sabe hacer de las grietas, promesa.
Y en este mes, me tope con los versos de María López Villanueva, rscj. Con ellos le digo al Señor:
Señor, Jesús, a pesar de mi poca fe
tú sigues apostando por sacar lo mejor de mí.Me enseñas que la vulnerabilidad es siempre la lección correcta
“porque es fácil ser frío en un mundo que hace muy difícil ser tierno’’.
2. Las grietas se abren.
Al mismo tiempo que experimentó toda esta humanidad que me da miedo y me traspasa, viene la poesía.
Y en ella encuentro las formas de expresar eso que camina de la mano con mi corazón. Bueno, si seguimos el hilo de lo que les estoy contando, es el momento de volver al verbo “amar”. Eso que nos hace tan humanos, tan cercanos a la experiencia de Jesús. Porque si algo me dice aquella canción/oración de Taizé es que pedir la gracia de acoger su amor, no tiene otro fin, que esas sombras que tengo y soy, de pronto descubran su propia luz, su propio fin, su propia canción. El amor de Jesús que transforma, no me quita esas parcelas de oscuridad y de incoherencia que soy, sino que les da propósito y sentido. Por eso es que el amor, podríamos decir, no se rinde. Todos los procesos de transformación que vivimos pasan por ese amor. Amor de encuentro con otros, con una persona que nos cambia la vida, con los amigos de siempre o amor de despedida, de dolor, de traición, de soledad, de soltar una mano que creímos era la última que íbamos a abrazar. El amor, eso que nos hace humanos, es al mismo tiempo, la materia prima de la transformación que vivimos a lo largo de la vida.
Y eso, desde la experiencia de discípulos, se concretiza de una manera especial cuando descubrimos que Jesús, que nos tiene mucha paciencia, también nos reta, nos impulsa, nos señala el horizonte y nos dice: “Hoy, toca que remes mar adentro”[3] — y allí nosotros justificándonos — “Señor pero si ya yo conozco lo profundo. He estado toda la noche allí. Ya he descubierto lo profundo de mi amor y mis sombras”. Y así, vamos caminando, expectantes del día en que Jesús nos mire a los ojos y nos diga que se puede dar un paso más.
Por eso, amar es la experiencia concreta de esa transformación, porque él, nunca se rinde, nunca dice hasta aquí, porque por amor hacemos las cosas más increíbles que nunca creímos hacer. Entonces, allí, llega la poesía.
Elvira Sastre escribe en “Aquella orilla nuestra”:
La vida es frágil, sin duda, pero el amor siempre resiste, nunca se rinde, nunca se va. Sólo hay que cambiar los empujones violentos por avances enérgicos, los pasos hacia atrás por impulsos adelante, los hundimientos por nuevos paisajes. Y eso, que es algo maravilloso, uno lo descubre cuando las grietas se abren.
O, para los amantes de José Martí, dice él:
Debes amar la arcilla
que va en tus manos.
Debes amar tu arena
hasta la locura.
Y si no,
no la emprendas que será en vano.
Sólo el amor
alumbra lo que perdura,
sólo el amor
convierte en milagro el barro.
Debes amar el tiempo
de los intentos.
Debes amar la hora
que nunca brilla.
Y si no,
no pretendas tocar lo yerto.
Sólo el amor
engendra la maravilla,
sólo el amor
consigue encender lo muerto.
Y sí. Verbalizar con valentía y decir: “Soy frágil” es, como decía, un momento de la vida en el que uno siente que se quiebra por dentro, que las grietas se abren, que las heridas sanadas se hacen canal por donde sale todo eso que somos. Sí, es una de las experiencias más transformadoras que he podido vivir.
Este contexto que vivo, esta familia, estos amigos, este sistema educativo, este sistema de trabajo, todo, todo, con o sin culpa, grita de alguna manera la necesidad de ser fuerte. “Mi familia me necesita fuerte. Mi mejor amiga me necesita fuerte. Mi novia me necesita fuerte. Mis compañeros de oficina me necesitan fuerte. Las personas que acompaño en sus procesos espirituales me necesitan fuerte”- me he dicho muchas veces. Pero, puede que sí, puede que no. Puede que nadie me esté pidiendo esa “perfección” que yo creo que me exigen. Es más, mientras escribo esto, recuerdo que le dije a mi mejor amigo: “No te necesito perfecto”. Pero, mientras se lo decía a él, me lo decía a mismo: “Nadie, Enrique, nadie te necesita perfecto, todos, más bien; te necesitan humano”.
Y resulta que lo más humano, es amar y amar, nos hace frágiles. Eso, sin duda, cuesta mucho y cuesta mucho más cuando tienes al frente a esa persona que amas. Cuando tienes al frente a alguien de tu familia, algún amigo, tu pareja, y decirle: “No sé, no entiendo, estoy molesto, no comprendo, no me alcanzan las fuerzas”. Porque todo lo que implique desnudar el corazón frente a otro, duele, cuesta, y solo se logra cuando las grietas se abren. Entender que lo más humano es esta fragilidad y lo que podemos hacer con ella, para ser luz para los demás, es un cambio de paradigma que para muchos, simplemente, nos rompe por dentro.
3. Inseguros y por eso, con Dios.
Lo sé, tal vez llegué muy tarde a esa conclusión o en el momento preciso, lo que sé es que la vida se tinta de otros colores desde allí, desde esa perspectiva, desde ese horizonte. Debo aceptarlo, cuando llegué a ese momento, la pregunta que surgió fue ¿ Y Dios? ¿Y el Evangelio? ¿Y Jesús? Y hasta mi, llegó como esperanza, como posibilidad de organizar el pensamiento, como horizonte para ver mejor, aquella frase de Pedro Arrupe, SJ. Dice él:
Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca; ya que nunca habíamos estado tan inseguros.[4]
Esto es precisamente lo que he sentido estos días. Días en los que me reconozco incapaz de soportar, mirar a los ojos a las sombras que me forman. Días en los que estoy sensible, en los que descubro las cosas que aún me faltan por trabajar, en los que descubro que he empezado a entender la necesidad que tengo de encontrarme con otros rostros y manos. Porque, hay que ser franco, la gran tentación de quienes tenemos algún servicio, humano o eclesial, es la de tener la mano extendida para la ayuda, siempre dispuestos, siempre atentos, siempre allí para los otros; mientras la mano para pedir ayuda permanece estática detrás de nosotros, mientras esa mano que grita auxilio, esa mano que desea ser escuchada y abrazada, permanece inmóvil.
Porque nos enseñaron y nos dijeron que el líder, que el guía, que el coordinador no puede ni debe mostrar ese rostro de debilidad que tiene, porque nos enseñaron que ser la cabeza del grupo o equipo, es al mismo tiempo inhibir los sentimientos porque “hay que ser fuerte para los otros”. Pero, resulta, que llega un día donde también tocará, si somos cristianos, sacar la mano para decir: ¡Necesito ser ayudado y cargado! Y ese momento, por la soberbia, ego, autoexigencia, hace que el Jesús al que hemos amado y adorado en la oración, tenga un rostro que nos es muchas veces ajeno. Ese Jesús deja de ser un cuadro, una imaginación, una estampita, y de pronto, tiene rostro de otro. Tiene rostro de Manuel, Carolina, Pedro o Valentina. Y eso, aunque lo hayamos explicado en mil formaciones, no lo comprendemos hasta que lo experimentamos en carne propia. Ese pasaje del paralítico llevado por sus amigos, entonces, empieza a vivirse en carne propia. [5]
Por eso, Arrupe tiene razón, solo cuando nos desarmamos, cuando nos quitamos las caretas de perfectos, líderes, guías, cuando no tenemos donde poner los pies porque nos tiemblan por lo que vamos descubriendo de nosotros mismos. Solo cuando nos desarmamos de los discursos aprendidos, de los consejos memorizados, de los conceptos y abrimos la grieta, abrimos el corazón, abrimos esa humanidad que somos, allí, cuando nos sentimos desolados, es cuando más cerca está Dios. Porque allí, con toda nuestras inseguridades a cuesta, podemos mirarlo para seguir aprendiendo a amar, a dar, a servir, a ser amado, a ser servido, a ser perdonado. En ese momento, como promesa presente y activa, surge el Evangelio cotidiano, las bienaventuranzas cotidianas. Surge la vida, el sentido, el propósito. Surge la lágrima para pedir ayuda, el abrazo para pedir perdón, el llamado para ser cargado. Surge la posibilidad de juntar las fragilidades y caminar, juntos, por la historia e ir transformándola desde allí. Podremos decir con toda la autoridad que “lo hemos visto, oído y experimentado” eso es lo que queremos compartir. Podremos entender qué significa ser discípulo de Jesús y entender porque nos regala la fraternidad. Porque nos hace encuentro con otros. Porque nos regala rostros y manos concretas. Porque, si algo significa ser cristiano, es una forma de caminar con otros, mientras vamos descubriendo cómo ser plenamente humanos. Y allí, brota de nuevo la música, la poesía, el ritmo, para bailar juntos, todos, con lo que llevamos dentro, sin miedo a ser juzgados ni rechazados; y al fin, ese amor que tenemos todos, nos transformara a todos. Porque, diría aquel poeta…
Por eso, deseo, que cuando pases por una experiencia así, descubras que Jesús quiere que seas el mejor ser humano posible. Él sueña con tu mejor versión, pero ¡ojo! Esa mejor versión no es una versión perfecta (como cuando sacan una nueva versión de un móvil) sino una versión más humana. Una versión que sepa amar y ser frágil, que sepa que eso es un don que nos acerca a vivir el Evangelio cotidiano.
Por eso, a ti que me lees y sabes que te hablo a ti, lo acepto, soy fragil.
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La Palabra se hizo carne,
para hablar en gestos
y profetizar amores.
Se hizo frágil,
para romper certidumbres
y derribar fortalezas.
Se hizo niño
para crecer aprendiendo
y enseñar viviendo.
Se hizo voz,
en el llanto de un crío
y en las promesas de un hombre.
Se hizo brote
que en el suelo seco
apuntaba hacia la Vida.
Se hizo amigo
para anular soledades
y trenzar afectos.
Se hizo de los nuestros
para enseñarnos
a ser de Dios.
Se hizo mortal,
y atravesando el tiempo
nos volvió eternos.
José María Rodríguez Olaizola, SJ[6]
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