El desierto: la pedagogía de Dios

Marco Enrique Salas Laure
14 min readMar 30, 2020
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El desierto en la experiencia de Israel hace pensar en el largo camino de este grupo de personas entre Egipto y la tierra prometida. Evoca la experiencia de exilio y el lugar en el que Dios, de un lugar de muerte, saca y hace brotar la vida (Dt 8,1–5; 1 Re 19,4–6; Os 2,6; Is 40,3; Jer 31,2). En ese lugar geográfico Israel pasa de ser un grupo de esclavos a Pueblo de Dios. Asaltado constantemente por los sentimientos de nostalgia de todo aquello que quedo atrás, sentimientos de incertidumbre por lo que aparece en su horizonte futuro y viviendo su propio proceso de conversión frente al Dios que los quiere libres y liberadores. Por eso, en el desierto se pone en juego la verdad sobre ¿Quién es Dios? Y ¿Quién es el pueblo? Entonces, podríamos decir, que es el lugar donde se descubre la identidad de cada sujeto (Dios y el pueblo) y el movimiento interno (conversión) que vive el pueblo frente a la intención de comunicación y relación de Dios. Por eso, no solo es el espacio de la infidelidad frente a la promesa y la alianza, sino una experiencia completa (40 años) de purificación.

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1. El inicio de la experiencia.

El libro del Éxodo relata el inicio de esta experiencia de desierto así:

“El Señor le dijo: — He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. […] Y ahora, anda, que te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas”. (Ex 3, 7–10)

El inicio de la experiencia para este grupo de esclavos pasa por la intención y la puesta en marcha de un plan: “sacar de Egipto”. Con la puesta en marcha de este plan se pone en evidencia que es voluntad y decisión de Dios, la liberación de estos esclavos. Dios llama a Moisés para proponerle la misión de liberación de los israelitas. Creo que este detalle en muchos casos es pasado de largo. Dios es quien toma la iniciativa para iniciar una experiencia en la que Él mismo se revelará y se dará a conocer[1].

Rafael Aguirre sobre este “escuchar de Dios” afirma:

Dios escucha el clamor de los oprimidos; no es simplemente una oración puntual, devota y recogida; es el clamor, diríamos, el quejido por el sufrimiento; hasta el punto de que esta palabra, el clamor -sa`aqa en hebreo- se convierte en un término que se repite muchas veces para decir que Dios escucha el clamor[2].

En este mismo sentido, Pablo Andiñach afirma:

El Dios que está no es un mero espectador del drama de la creación. Las Escrituras destacan que es un Dios comprometido con la vida humana y que, lejos de aislarse, se inmiscuye en los caminos que la humanidad recorre y sigue de cerca el destino de las personas. Esa vocación se expresa en su pertinaz presencia en la historia y en los acontecimientos del mundo y en la forma en que imprimió en su pueblo la experiencia de esa presencia. Ese sentir que hay un Dios que acompaña y que está atento a los destinos de los suyos generó su palabra, es decir, la voz que atenta lo que percibe y vive.[3]

Otro elemento que me parece importante es reconocer en la figura de Moisés la posibilidad que tenemos los creyentes de ser propiciadores de desiertos. Si entendemos el desierto como decisión, voluntad y gracia de Dios sería parte de nuestra misión el introducir a otros en este mismo misterio, camino, lugar y experiencia. Reconocer en Moisés la figura de las discípulas y discípulos de Jesús que hoy, en nuestra cotidianidad, impulsamos la liberación de otros, movidos a ejemplos del Maestro, por el espíritu de Dios.

La configuración de este llamado nos lo revela el mismo texto del Éxodo cuando expresa la manera de relacionarse que tienen Moisés y Dios. Dice: “El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo” (Ex 33, 11). Por tanto, la decisión de liberación de Dios y el vinculo que genera esa liberación entre Dios y Moisés se trata de una relación de amistad. El documento “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II, afirma: “Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía”.[4] Todo esto nos hace pensar que el llamado y la liberación de los israelitas implica una relación con un Dios que se presenta, habla, comunica e invita como un amigo.

Dicho esto, la experiencia del desierto que vive Israel nace de la escucha de Dios. Dios es quíen escucha primero el clamor de su pueblo, el dolor, el sufrimiento, la angustia, la desesperación, el hambre y decide actuar en la historia de estos seres humanos. Dios es quien primero decide ser “amigo” de estas mujeres y hombres e invita a Moisés a colaborar con Él en el proceso y la experiencia de ellos. Dios involucra al ser humano en sus procesos para que sean acompañantes y acompañados.

En este sentido nos identificamos con Moisés[5] porque podemos ser liberadores de otros y con el pueblo porque somos liberados por el Dios “amigo”[6].

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2. El desierto: palabra y silencio.

Dentro de la experiencia del desierto que tiene el pueblo de Israel se van estableciendo algunos nombres y definiciones de aquello que viven en su peregrinación. Por ello, el desierto puede significar:

· Araváh: lugar árido y no cultivado. El término designa la zona que se extiende del Mar Muerto hasta el golfo de Akaba.

· Chorbáh: una designación más psicológica que indica el lugar devastado, desolado, habitado de ruinas olvidadas.

· Jeshimón: lugar salvaje y de soledad, sin caminos y sin agua.

· Midbár: lugar deshabitado de humanos, temible, donde sólo rondan animales salvajes, donde a duras penas crecen arbustos, zarzas y cardos.

En todas las definiciones que encontramos de desierto en la experiencia de Israel, ninguna aparece con un horizonte esperanzador (Cf. Jer 31,2), al contrario, parece un lugar de muerte y no de vida. De allí que podemos entender los reclamos sumamente humanos que el pueblo hace. Podemos ver esto en el libro de los números:

“¿Por qué nos habéis hecho subir desde Egipto para traernos a un lugar tan malo como éste? ¡No es un sitio de siembra, ni de higueras, ni de vides ni de granados; ni siquiera hay agua para beber!” (Nm 20,5).

¿Acaso no es esta la experiencia la que vivimos nosotros en muchos momentos de nuestra vida peregrina y espiritual? El sentir que Dios nos mueve e invita a una experiencia que no es agradable y, al menos en apariencia, es negativa.

Sin embargo, si nos detenemos en una de las definiciones de desierto. Nos encontramos con que el desierto es “Midbár”. Este término hebreo contiene en sí otro: “Dabar”[7]. Éste otro termino significa palabra. En este sentido, debemos mirar en la experiencia de Israel que el desierto es el lugar de la “otra” palabra. Por eso el Papa Francisco afirma: “El desierto es el lugar de la Palabra, con mayúsculas. En la Biblia, de hecho, el Señor ama hablarnos en el desierto”[8]. Esta relación entre desierto y palabra o del desierto como lugar de la Palabra es fundamental para la vivencia de nuestros propios desiertos.

Decimos que al desierto vamos para hacer silencio, es correcto. Hacemos silencio para escuchar otra palabra que es distinta a la mía. No hago silencio para hablarme a mi mismo sino para que Él me hable.

En el desierto se presenta como una suave brisa (cf. 1 Reyes 19, 11–13) y quiere comunicarse con Israel en lo más profundo: el corazón (cf. Os 2, 16).

Así se entreteje la experiencia de desierto que vive Israel. El desierto es el lugar de la otra palabra y esa palabra es Palabra creadora, Palabra que comunica, Palabra que vincula dos “tú” que se encuentran, se conocen, se aman y se entregan el uno al otro.

En este sentido todo lo que esta otra Palabra revela no es más la identidad de Dios: ¿quién es?[9] El proyecto de Dios: ¿qué quiere de su pueblo? Las resistencias del pueblo: ¿de qué lo purifica? Y la pedagogía de Dios: ¿cómo lo educa?

Si esto ocurre con en el proceso de Israel, nos vendría bien pensar cómo respondemos a estas preguntas desde nuestros propios desiertos. Habitar nuestro silencio, acallar nuestra palabra y permitir que esa otra palabra que no es la mía habite y llene un silencio cargado de búsquedas.

En nuestros desiertos Dios nos vuelve a decir quíen es y nosotros, rompemos con los nombres y esquemas que no son de él. En nuestros desiertos Dios nos presenta su proyecto y nosotros, rompemos con los nuestros y renovamos los caminos que van bien. En nuestros desiertos Dios nos muestra aquello que en nosotros más se resiste al amor y nosotros, renovamos nuestra intención, memoria y fuerza hacia el amor. En nuestros desiertos Dios nos educa (cf. Dt 8, 3) para que seamos libres y siendo libres: amemos y vivamos en favor del otro.[10]

En fin, no olvidemos que toda esa comunicación (revelación) y relación (alianza) se ponen en juego en un escenario muy tenso puesto que “el desierto se caracteriza por una bipolaridad semántica de negatividad y positividad, de atracción y distanciamiento, de seducción y rebeldía, de avances y retrocesos, de fidelidad e infidelidad, de vida y de muerte”[11]

3. La escuela del desierto.

Podemos decir que el desierto más que un lugar geográfico es un espacio, tiempo y camino. Un espacio que se caracteriza por ser hostil y se conoce esta particularidad porque se atraviesa para llegar a la tierra prometida. Un tiempo largo[12] que tiene un límite. La experiencia del desierto no dura para siempre, no es infinita, implica un tiempo intermedio de esperanza. Además, los cuarenta años por el desierto es, a mi juicio, otra forma de decir que es una experiencia completa. Un camino que es complicado, duro, fatigoso no solo por las condiciones geográficas (cf. Jer 2, 6) sino, sobre todo, porque es un camino en el que pasan de ser esclavos a pueblo de Dios

En este espacio, tiempo y camino. Dios muestra su pedagogía y cómo el desierto es la escuela en la que Israel aprende lo necesario para vivir según el sueño de Dios.

3.1. Una compañía paciente.

En el desierto el pueblo constantemente se enfrenta a una tentación: ¿Tiene sentido este caminar por el desierto? ¿No era mejor quedarse en Egipto? ¿Qué salvación es esta en la que se pasa por situaciones de hambre y sed? “¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad” Ex 16, 3. En el desierto el pueblo tienta a Dios y pone a prueba su fidelidad y compañía (cf. Ex 14,11–12; 15,24; 16,2–3.20.27; 17,2–3.7; Nm 12,1–2; 14,2–4; 16,3–4; 20,2–5; 21,4–5).

Dicho esto, sorprende que Dios sea paciente con el pueblo y que cuando ha caído en la traición sea Él mismo quien quiera volver a ‘enamorar’ a su pueblo y así renovar su relación de amor, compañía, fidelidad y amistad. Nos relata esta intención de Dios el libro de Oseas (2, 16ss):

Por tanto, mira, voy a seducirla, llevándomela al desierto y hablándole al corazón. Allí le daré sus viñas, y el Valle de Acor será Paso de la Esperanza. Allí me responderá como en su juventud, como cuando salió de Egipto. […] Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo a precio de justicia y derecho, de afecto y de cariño. Me casaré contigo en fidelidad, y conocerás al Señor.

Dios se muestra paciente con su pueblo y mantiene su fidelidad y su relación de amistad. Por eso, el desierto es una experiencia completa y no a medias. Dios no intenta apresurar el proceso humano que significa cambiar de mentalidad y de corazón. Él mira a este pueblo y pacientemente le acompaña, paso a paso para mostrarle el camino de conversión del corazón. El desierto como experiencia de lo humano es muestra de que ningún proceso humano puede ser apresurado para llegar rápido a la meta o al objetivo. Al contrario, todo proceso humano toma su tiempo y en el, Dios se muestra paciente. En este sentido afirma el Papa Francisco sobre la comunidad de discípulos: “La comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por mas duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites”[13].

3.2. Conversión del corazón.

El libro del Deuteronomio recuerda la experiencia del desierto en estos términos: “Debes recordar todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer por el desierto durante estos cuarenta años, para hacerte humilde, para probarte[14] y conocer lo que hay en tu corazón, si guardas o no sus mandamientos” (Dt 8,2).

Es fascinante descubrir que Dios invita al desierto para conocer lo que hay en el corazón. Por eso Dios mira el corazón y no las apariencias (1 Sam. 16, 7); y habla al corazón (Os 2, 16).

Podemos preguntarnos ¿Qué hay en el corazón del pueblo? Sospecho que una vez iniciada la experiencia del desierto habiendo salido de la esclavitud, la primera tentación que tiene este pueblo es la de oprimir a otros o vengarse de lo vivido con otros. En pocas palabras, la tentación de volverse otro “Egipto”.

Toda la experiencia del desierto implica este cambio del corazón y además implica una “salida”, un movimiento hacia afuera. No solo hacia el lugar geográfico sino, con mayor fuerza, hacia otra disposición existencial. En este sentido Rafael Aguirre afirma:

Tiene un punto de partida: hay que salir; es el elemento que he descrito. Se sale para entrar en una nueva situación; es una estructura binaria que está presente en el concepto de salvación a lo largo de toda la Biblia. Se sale de una situación de esclavitud, de pecado, de tiniebla… para entrar en una situación de libertad, de gracia, de luz… A veces, entre ambos momentos aparece un elemento nuevo: el caminar […] Salir es una experiencia fundamental en la vida de todo ser humano; dicen los psicólogos que el salir primero, el salir del seno materno, marca toda la vida; es un salir positivo, a un espacio libre, a una autonomía que irá creciendo, pero que, a la vez, tiene un aspecto negativo, al menos ambiguo, la pérdida de la seguridad; hay que correr el riesgo de la libertad. [15]

Por eso Dios quiere que su pueblo entre en otra dinámica y en otra disposición del corazón. Ser un pueblo distinto, unas personas distintas a fin de que no repitan el sistema de opresión, esclavitud y muerte de Egipto.

3.3. La misión.

La pedagogía de Dios en el desierto se puede resumir de la siguiente manera:

Esclavos -> Libres -> Liberadores

Los israelitas pasan de ser esclavos a libres y de libres a liberadores. Es decir, Dios convierte a este pueblo otorgándole una misión: hacer justicia.

En Éxodo 22, 21–22 leemos: “No maltratarás al forastero ni lo oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto. No dejarás a viuda alguna ni a huérfano; si los dejas y claman a mí yo escucharé su clamor, se encenderá mi ira y os mataré a espada”.

Este texto legislativo se enmarca en el momento en el que el pueblo está ya instalado en la tierra. Por eso, una vez que el pueblo llega a la tierra tiene la misión de hacer justicia. Dicho de otro modo, tiene que respetar a los más desvalidos, al forastero, a la viuda y al huérfano. Han pasado de ser esclavos a liberadores. Mujeres y hombres que buscan que los otros sean libres también.

4. A modo de conclusión.

La experiencia de Israel por el desierto es una experiencia completa, profunda y vivificadora. El desierto es un espacio, camino y tiempo que permite que el pueblo vaya configurando su corazón y entretejiendo en su historia la identidad de este Dios que los libera, el proyecto de este Dios, las cosas que deben dejar atrás para experimentar al Dios de la vida y además, la forma en la que Dios enseña a su pueblo. En esta experiencia de conversión, paciencia, fragilidad, perseverancia nos identificamos todos porque también necesitamos ser liberados, convertir nuestra imagen de Dios y recordar nuestra misión una vez hemos sido libres.

Enlace presentación: https://drive.google.com/file/d/1Y6wS4ZrC86HDCowakFy51m2xrYG-yDvN/view?usp=sharing

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Bibliografía.

Andiñach, Pablo R. El Dios que está. Teología del Antiguo Testamento. Navarra: Editorial Verbo Divino, 2014.

Baez, Silvio J. “El desierto en el Nuevo Testamento.” Teresianum 55, no. 2004/2 (n.d.), 301–324. Accessed March 26, 2020. http://www.teresianum.net/wp-content/uploads/2016/05/Ter_55_2004-2_301-324.pdf.

Monasterio, Rafael A. “Dios liberó a Israel de la esclavitud de Egipto.” Conferencia, Aula de Teología, noviembre 2, 2010.

Oñoro, Fidel. “Pedagogía del desierto.” Conferencia, Retiro de cuaresma, Facultad de Estudios Bíblicos, Pastorales y de Espiritualidad.Uniminuto, Bogotá, febrero 29, 2020.

Papa Francisco. “Audiencia General Del 26 De Febrero De 2020.” Vatican.

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20200226_udienza-generale.html.

Papa Francisco. “Evangelii Gaudium: Exhortación Apostólica Sobre El Anuncio Del Evangelio En El Mundo Actual.” Vatican.

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html.

Rad, Gerhard V. Teología del Antiguo Testamento — Vol I. Salamanca: Sígueme, 1969.

[1] y tú recitarás ante el Señor, tu Dios: Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con unos pocos hombres; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron y nos humillaron, y nos impusieron dura esclavitud. Gritamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestros trabajos, nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Dt 26, 5–9. “Indica que sólo considera la salida de Egipto como la acción decisiva de Yahvéh en favor de Israel”. Cfr. Gerhard V. Rad, Teología del Antiguo Testamento — Vol I (Salamanca: Sígueme, 1969), 353.

[2] Rafael A. Monasterio, “Dios liberó a Israel de la esclavitud de Egipto” (Conferencia, Aula de Teología, noviembre 2, 2010).

[3] PabloR. Andiñach, El Dios que está. Teología del Antiguo Testamento (Navarra: Editorial Verbo Divino, 2014), 25.

[4] Concilio Vaticano II, “Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Divina revelación”, №2.

[5] “En este momento tiene lugar la gran irrupción de Dios en la historia: la manifestación a Moisés. Dios escucha el clamor del pueblo oprimido e interviene para hacer justicia y liberarlo. Moisés será el profeta liberador” Rafael Aguirre Monasterio

[6] “El que se revela en esta historia es siempre Yahvé como salvador de los oprimidos” Rafael Aguirre Monasterio.

[7] “Mi-dbar” (desierto) y “Dabar” (palabra).

[8] Papa Francisco, “Audiencia General Del 26 De febrero De 2020,” Vatican,

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20200226_udienza-generale.html.

[9] La presencia divina en el desierto es descrita a partir de cinco rasgos: invisible (w. 30–31: se aparece un ángel, se escucha una voz, pero Dios permanece invisible); mediata (Dios se hace presente a través de mediaciones: un ángel, la palabra divina, Moisés); poderosa (v. 36: Dios obra prodigios a través de Moisés) y libre (w. 44–48: la tienda móvil del desierto es signo de un Dios a quien no se puede circunscribir a un espacio determinado). Cf. Silvio J. Baez, “El desierto en el Nuevo Testamento,” Teresianum 55, no. 2004/2, 314,

http://www.teresianum.net/wp-content/uploads/2016/05/Ter_55_2004-2_301-324.pdf.

[10] Kügler, Joachim, y Ulrike Beckhmann. Proexistencia En La Teología y En La Fe, 2003.

https://seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol42/166/166_kugler.pdf

[11] Fidel Oñoro, “Pedagogía del desierto” (Retiro de cuaresma, Facultad de Estudios Bíblicos, Pastorales y de Espiritualidad. Uniminuto, Bogotá, febrero 29, 2020).

[12] La temporalidad de cuarenta años en el desierto implica que los que salen de Egipto no son los mismos que entran. Es decir, ha pasado toda una generación (Am 2, 10). “De este modo Israel ha cumplido 38 años de expiación, durante los cuales debía morir la generación entera de los amotinados (Núm 14, 33 s.; Dt 2, 14)” cfr. Rad, Teología del Antiguo Testamento, 352.

[13] Papa Francisco , “Evangelii Gaudium: Exhortación Apostólica Sobre El Anuncio Del Evangelio En El Mundo Actual (24 De Noviembre De 2013),” Vatican, 24.

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html.

[14] “Cuando Dios pone a prueba al hombre lo que busca es educarlo, ayudándolo despojarse de lo negativo, de lo que no conviene para la realización de su proyecto” Fidel Oñoro, cjm.

[15] Rafael A. Monasterio, “Dios liberó a Israel de la esclavitud de Egipto” (Conferencia, Aula de Teología, noviembre 2, 2010).

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Marco Enrique Salas Laure

Poeta y teólogo | 📚Magister en Creación Literaria | ⭐️Peregrino que ve en Jesús de Nazaret el modelo para vivir plenamente