Effatá: Una comunidad. Una Iglesia. Unos discípulos.

Marco Enrique Salas Laure
10 min readOct 12, 2019

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Texto (Mc 7, 31–37).

Después salió de la región de Tiro, pasó de nuevo por Sidón y se dirigió al lago de Galilea atravesando la región de la Decápolis. Le llevaron un hombre sordo y tartamudo y le suplicaban que impusiera las manos sobre él. Lo tomó, lo apartó de la gente y, a solas, le metió los dedos en los oídos; después le tocó la lengua con saliva; levantó la vista al cielo, suspiró y le dijo: — Effatá, que significa ábrete. [Al punto] se le abrieron los oídos, se le soltó el impedimento de la lengua y hablaba normalmente. Les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más insistía, más lo pregonaban. Llenos de asombro comentaban: — Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Introducción.

La escena transcurre fuera de la zona de Palestina. Esto quiere decir, Jesús se encuentra en tierra de paganos. La región de la Decápolis a la que hace referencia el texto refiere a una región de diez ciudades al sudeste de Galilea, cuya población era pagana, marcada por la cultura helenista. En está escena Jesús es reconocido fuera de su tierra, de su contexto, de su “gente”, como uno que es capaz de curar y sanar. Es profundamente significativo reconocer qué, estando en tierra pagana, el hombre de Nazaret no invierta tiempo en grandes discursos o llamadas a la conversión; al contrario, se dedica a sanar. Dando así una pauta interesante para la evangelización y misión para quienes se identifican como discípulos de Jesús.

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1. Una Iglesia que lleve a Jesús.

Recientemente recordaba estás palabras de una Audiencia General del papa Francisco: “La Iglesia lleva a Jesús: esto es el centro de la Iglesia, ¡llevar a Jesús! Si por hipótesis una vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, esa sería una Iglesia muerta. La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús.” (Francisco, 2013).[1]

Lo que se percibe al leer el texto es la bondad, la urgencia, la conciencia, la prioridad de algunos por llevar ante Jesús a una persona que habla con dificultad, que no puede comunicarse. Dificultades que también le impiden mantener una relación con quienes le rodean. Curiosamente, son precisamente aquellos con los que este personaje no se puede relacionar, por sus dificultades, quienes le llevan ante la presencia de Jesús.

Hoy, urge una Iglesia que recuerde que su fundamento, su centro, su sentido de ser y existir en medio de los ritmos de la historia es la de llevar a Jesús. ¡Ojalá! Cuando pregunten quién es líder, quién es el centro, quien es el sostén de la Iglesia, todos podamos afirmar que no es ni este ni aquella; ni la coordinadora ni el organizador; sino una persona concreta, Jesús de Nazaret.

Ante esto, cabe otra pregunta, ¿Somos cristianos? ¿Qué significa ser cristiano? ¿Qué significa pertenecer a esta comunidad enorme de ‘discípulos’ de Jesús que se conoce como Iglesia Católica?

Vienen a mi mente las palabras de Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas Est, 2005, 1). [2]

Es decir, ser cristiano tiene que ver de manera esencial, con la experiencia de encuentro con esa persona que nos cambia la vida, nos orienta, nos anima, nos sana y nos impulsa. La Iglesia, por tanto, comunidad de discípulos será la Iglesia y comunidad de Jesús en la medida en que propicie la experiencia de encuentro con el centro, con lo esencial, con lo fundamental, con la palabra definitiva del Evangelio, es decir, con Jesús.

Por eso, el obispo de Roma nos recordaba: “Solamente es válido lo que lleva a Jesús y solamente es válido lo que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como dice él mismo” (Francisco, 2013)[3].

Por tanto, estos personajes anónimos que Marcos pone en este relato, no están allí para decorar sino para recordarnos una tarea universal e insoslayable de Iglesia: llevar a Jesús y más concretamente, ayudarnos mutuamente para vivir en torno a Jesús dejándonos amar, cuidar y sanar por él.

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2. Una comunidad: el servicio de los innominados.

El recurso literario de usar personajes “innominados” o “anónimos” es un dato importante del Evangelio según Marcos, en cuanto a su estilo literario, que no podemos dejar a un lado. Durante todo el Evangelio, el evangelista, va a recurrir a estos personajes y los mostrará como colaboradores anónimos de Jesús. Curiosamente estos colaboradores anónimos materializan el servicio.

La razón de Marcos para no nombrar a los personajes tiene que ver con la posibilidad de que el lector se identifique con ese protagonista sin nombre[4]. Estos personajes dentro del relato (7, 31–37) tienen una increíble sensibilidad y confianza en Jesús de Nazaret. Por esta razón, leo en estos personajes otra característica importante, lo que podría ser juicio; se convierte en servicio. Es decir, conscientes de la dificultad de aquel tartamudo, no lo reprimen ni increpan sino que se muestran compasivos y al servicio. Este que no puede escuchar ni hablar es escuchado, acompañado y ayudado. Este que no sabe como comunicarse bien es abrazado, recibido y atendido. Este que está encerrado en sí mismo no es dejado allí en su soledad, mudez y silencio estéril sino que, en vez de ser expuesto ante el juicio; es expuesto ante el amor, gracias a estos innominados.

En este sentido, María Dolores López Guzmán dirá: “El amor no se puede exigir, se recibe; no somete, se ofrece; no asfixia, sino que da alas; no evita los problemas, da la cara; no es prepotente, porque se sabe débil; no es soberbio, se deja corregir; no se queda con una parte, porque le gusta el todo, no le gusta el rencor, prefiere el perdón; no escucha de pasada, guarda las cosas en el corazón… no hay diccionario que contenga su significado. Pero… quien mira a Jesucristo, lo sabe”[5].

¿Quién puede mirar a Jesús? Solo aquel que sirve para amar al otro, cuidar al otro, acompañar al otro. Al contrario, no puede mirar a Jesús quién sirve desde la autorreferencialidad, el ego o el poder. Solo puede mirar a Jesús, quien confía en que un contacto más íntimo y vital con él, es la clave de todo servicio, toda curación y toda conversión.

En consecuencia, todos estamos tentados a un servicio de nombre. A un servicio que me califique como bueno, como un gran servidor, como un buen colaborador. Todos corremos con la tentación de ser expuestos para ser admirados y seguidos. Todos corremos con la tentación de olvidar que el servicio es respuesta ante el amor de Jesús que nos ha abrazado primero. Todos corremos con la tentación de olvidar que nuestro servicio de amor es acompañar la necesidad del otro siendo todos discípulos de Jesús. Todos corremos con la tentación de olvidar que la fe, que es fe en Jesús, nos llevará a proteger, cuidar, amar y apoyar al otro.

Para concluir, recordemos la homilía del papa Francisco en Egipto: “La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31–45). La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño” (Francisco, 2017)[6].

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3. Una nueva conversión para los discípulos.

Hablando de tentaciones, hay una muy particular y es “comenzar a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar aplicarlo a la propia vida” (Francisco, Evangelii Gaudium, 153). Por tanto, tengo la sensación de que a veces soy ese servidor anónimo, otras el tartamudo, otras la muchedumbre inerte y otras, no tanto como quiero, Jesús.

Acerquémonos, pues, al sordo tartamudo. Este personaje encierra en si muchas de las situaciones que vivimos: la ansiedad, la intranquilidad, el silencio esteril y la soledad. Estas son situaciones a las que esta expuesta cualquiera de nosotros cuando no podemos comunicarnos bien con los que nos rodean. Cuando una palabra mal dicha, una expresión en el momento incorrecto, un reproche injusto, salen de nosotros como imposibilidad de comunicarnos bien; nace en nosotros estas emociones y experiencias.

En este sentido, afirmará Pagola: “la soledad más profunda se da cuando falta la comunicación: cuando la persona no acierta ya a comunicarse; cuando a una familia no le une casi nada; cuando las personas solo se hablan superficialmente; cuando el individuo se aísla y rehúye todo encuentro verdadero con los demás” (Pagola, 2011, p. 249)[7]

Aquel sordo tartamudo vivía esta situación. Una situación de encierro y aislamiento que imposibilita la creación de vínculos, fraternidad y comunidad. En ocasiones ese enclaustrarse en sí mismo se traduce por incapacidad de acoger y amar; en otras, se traduce por estar relacionado con muchos y al mismo tiempo, sin encontrarse con nadie.

Dos detalles que nos puede iluminar para profundizar el textos son: 1.Recordar que en los profetas las sordera, y casi siempre, la ceguera son usadas para presentar la resistencia al mensaje de Dios. 2. El término “aparte” que expresa la separación de la multitud aparece siempre en Marcos en relación con los discípulos. Por tanto, podríamos mejor hablar de un “relato de conversión”. Es decir, el relato refleja la necesidad que tenemos los discípulos de Jesús de rescatar nuestro corazón del aislamiento y de la soledad estéril.

Es tanto el aislamiento y la soledad que vive este personaje que, a diferencia de otros personajes del Evangelio (el leproso, el paralítico, el geraseno, la mujer con flujos), no es él quien se acerca a Jesús ni quien pide remedio para su limitación. Esto puede significar al menos dos cosas: 1. Que no es consciente de su estado o 2. Que no siente necesidad de cambio. Dicho de otro modo, este sordo tartamudo podría representar a quien no entiende o no quiere entender.

Ante esto ¿Qué hace Jesús? Presento aquí un posible ‘esquema’ para esa conversión tan necesaria.

1. Lo aparta de la gente. Se lo lleva a solas. Pasa del bullicio al espacio del silencio. Jesús le hace experimentar un nuevo silencio, el silencio de la comunión íntima entre los dos, el silencio del a cercanía.

2. Le introduce los dedos en sus órganos afectados para abrirle así, los canales de la comunicación. Al ungirle la lengua con su saliva, Jesús le da su propia comunicación, su capacidad de hablar. Sacándolo de su inercia y dándole la posibilidad de comunicarse profundamente con Dios, con los otros, consigo.

3. Jesús comienza con la sanación de la escucha y luego, como consecuencia, la sanación de la lengua. Primero saber oír para después poder hablar. El que era sordo es ahora capaz de escuchar y entender. Se le abren los oídos y adquiere un nuevo modo de hablar. Dicho de otro modo, la sanación se inicia siempre escuchando.

Y solo hasta ahora, podemos comprender el “Effatá” (Ábrete del todo), puesto que…

“La fe cristiana está siempre llamada a la comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación impiden su crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en destacar la actividad sanadora de Jesús, que hacía «oír a los sordos y hablar a los mudos», abriendo a las personas a la comunicación fraterna y a la confianza en el Padre de todos. El primer paso que hemos de dar para reavivar nuestra vida y despertar nuestra fe es abrimos con más confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las palabras de Jesús al sordomudo: Effatá, es decir, «Ábrete»” (Pagola, 2011, pp. 250–251).

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Marco Enrique Salas Laure
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Written by Marco Enrique Salas Laure

Poeta y teólogo | 📚Magister en Creación Literaria | Con Jesús, el de Nazaret, del lado plenamente humano

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