Carta al Dios de Belén.
“Cuando el canto de los ángeles se acalla,
cuando la estrella desaparece,
cuando los reyes emprenden el regreso,
cuando los pastores vuelven a sus rebaños,
es entonces cuando la obra de la Navidad comienza:
buscar al perdido,
sanar al herido,
alimentar al hambriento,
liberar al esclavo,
reconstruir la comunidad,
reestablecer la paz,
hacer música en el corazón”.
(Howard Thurman)
Nazaret. Una madre se pregunta por Dios.
Aún no sé como llamarte. Aún no sé que decirte. Aunque quisiera que estas palabras sobre todo sean palabras de gratitud. Gratitud a ti, mi Dios de belén. El niño ha crecido bien durante este año y eso me hace feliz. Aún recuerdo la gran travesía hice con José. Mi miedo estaba latente. Ese censo que convocaron nos puso de camino obligado. ¿Nadie se había preocupado por mi pequeño? ¿Nacerá en el camino? ¿Encontraremos buen sitio para darle acogida? Sin embargo, conociendo a José, intente por todos los medios no asustarle y mostrar cara de serenidad. Seguía resonando en mi corazón las pregunta que te hice, Dios de belén, ¿Cómo será esto? Y allí iba yo junto a mi compañero, a empadronarnos. ¿Estabas allí con nosotros? Bueno, recuerdo como José iba cantándole a Jesús todas esas rimas y solo me preguntaba ¿Cómo le hace para en medio de esta incertidumbre todavía sonreír? Vaya que es un buen hombre y padre.
Cantaba cuando me sentía agotado por el viaje, cuando le decía que Jesús se movía o cuando encontraba en la mirada de los demás peregrinos, un tanto de melancolía. Todo un profeta de la esperanza. Y aunque todos veían a ese hombre sonriente, aun recuerdo, Dios de belén, como todas las noches me miraba con esos ojos de miedo y, tomando su mano le repetía: “Hoy no, tranquilo, hoy no será”. Seguro le preocupaba lo mismo que a mí, aunque no me lo decía. Ojalá venga al mundo cuando tengamos las mejores condiciones para recibirlo. Yo dormía las noches soñando con su llanto, con su sonrisa, con sus ojos y solo te rezaba: “Por favor, Dios mío, cuídanos hasta que lleguemos a un lugar mejor”.
Los días y las noches avanzaban e intentaba mostrar poca preocupación y José allí siempre, con su abrazo y su sonrisa. Hasta que llegamos a Belén y allí pudimos encontrar no el mejor espacio, pero si uno para descansar y mirarnos una vez más. “José, será muy pronto”, le dije con lagrimas brotando. Se sentó y aun recuerdo como cantó: “Ven Jesús, aquí estamos, te esperamos. Ven que nuestro amor te anhela”. Y así han pasado todas las noches, Dios de belén, José todas las noches en esta casa de Nazaret, le canta a nuestro pequeño Jesús. Y me sigo preguntando ¿Cómo será esto? ¡Sí! Esto de ser padre y madre del dios-niño, del dios-con-nosotros. Por lo pronto, gracias, Dios de belén, por esta tienda que has puesto en medio de mi amado José y yo. Ya nació el amor para nosotros en este pequeñin. Ahora queremos cuidarlo. Gracias por Jesús, me parece que no hace mucho te buscaba en el templo y hoy, solo te puedo encontrar en las horas de cantarle, de abrazarlo, de besarlo, de cargarlo, de contemplarlo. Gracias por José y su cariño, amabilidad, comprensión; incluso por sus heridas y preocupaciones. Gracias por llamarme y por dejarte ver en aquel portal de Belén.
Con Amor,
María.
Nazaret. Un padre se confiesa con Dios.
Señor Dios, tu mirada se puso sobre María y sobre mi. Aun me hago la pregunta del por qué. Sin embargo, aquí estamos. Ya el pequeño Jesús tiene un año, ha crecido mucho. María hace el esfuerzo enorme por cuidarlo, alimentarlo, mantenerlo cómodo. Aunque sí que cuando yo llego de mi jornada de labor, hago de mi jornada de padre. Suelo cantarle la canción que le cante cuando nació en Belén. Dice algo así: “Ven Jesús, aquí estamos, te esperamos. Ven que nuestro amor te anhela”. Y contemplo tus dos maneras de decirme: “Te amo, no estas solo”. Sí, contemplo a María que yace dormida y al niño entre mis brazos. Ya acordamos con María de dividirnos las jornadas. Así, ambos cuidamos de la pequeña morada que has puesto entre nosotros. Vi que María hace unos días te estaba escribiendo algo. Me pareció una idea un tanto rara, sin embargo, María tiene una creatividad que me hace bien y por eso te escribo ahora.
Quisiera pedirte perdón. Solo la risa de Jesús cuando le doy comida me ha podido sanar de aquello por lo que me seguía culpando. Ya sabes, aquello de mi dureza de corazón, mi miedo de confiar en ti, mi duda sobre tu llegada a nuestra cotidianidad. Perdóname por mi falta de confianza y, no sé si lo ha hecho, perdona también a María. Ella nunca me lo ha dicho, pero sé que, durante el viaje por el censo, su corazón seguía dudando, seguía preguntándose cosas, incluso, si tú nos acompañabas en el camino. Ambos sentimos miedo y nos confesamos por las lágrimas que brotaron el día que salimos de esta casa para empadronarnos. Parece que eso somos Dios de Belén, como te llama María, somos un poco de sombra, de oscuridad y a esa pequeña porción de noche ha venido este pequeño. Gracias por hacerme padre, amigo, compañero, hermano, peregrino junto a María y ahora, desde hace un año, junto a Jesús.
Esta irrupción de tu presencia en mi vida sigue sorprendiéndome y alentándome. Aunque si que hay días en los que salgo a trabajar con un poco menos de esperanza. Sé que hablas en sueños, en estrellas, en horizontes de esperanza y por eso, hoy, quisiera pedirte que me des la gracia de recuperar mis sueños y los de María. Que me des la gracia de cuidar de los sueños que tendrá Jesús. Por favor, no olvides a Don Matías, fue muy amable al dejarnos al menos estar en la parte trasera de su casa y allí pudimos recibirle a Jesús. Ni te olvides de los nombres que no recuerdo, de aquellos peregrinos con los que caminamos durante horas.
Han sido días intensos de cuidado y trabajo, supongo que de eso se trata. Tu amor nos ha visitado en este hijo nuestro y ahora queremos cuidarlo para que crezca y siga sanando a tantos otros, como a mí, con su sonrisa. Para que siga haciendo descansar a tantos, como a María, cuando duerme entre mis cantos. Para que siga haciendo llorar de ternura, como a los pastores que vinieron a visitarle hace un año, con su pequeñez. Dios de belén, creo en tu amor por este pequeñin. Dame la gracia de enseñarle tu amor siendo un buen padre.
Con gratitud,
José.