Bienaventuranzas cotidianas

Marco Enrique Salas Laure
11 min readFeb 5, 2019

El Papa Francisco en su homilía en la misa en Santiago de Chile, aquel 16 de Enero del 2018, dijo con una claridad y profundidad; sobre todo, como es típico de él, con una capacidad de actualizar la palabra, el evangelio, para que tenga sentido hoy, aquello que se lee en las páginas de la biblia. Dijo, en aquel momento, sobre las bienaventuranzas lo siguiente:

“Las bienaventuranzas no nacen de una actitud pasiva frente a la realidad, ni tampoco pueden nacer de un espectador que se vuelve un triste autor de estadísticas de lo que acontece. No nacen de los profetas de desventuras que se contentan con sembrar desilusión. Tampoco de espejismos que nos prometen la felicidad con un “clic”, en un abrir y cerrar de ojos. Por el contrario, las bienaventuranzas nacen del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón de hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida bendecida; de hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el desconcierto y el dolor que se genera cuando “se te mueve el piso” o “se inundan los sueños” y el trabajo de toda una vida se viene abajo; pero más saben de tesón y de lucha para salir adelante; más saben de reconstrucción y de volver a empezar. Las bienaventuranzas no nacen de actitudes criticonas ni de la “palabrería barata” de aquellos que creen saberlo todo pero no se quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando toda posibilidad de generar procesos de transformación y reconstrucción en nuestras comunidades, en nuestras vidas. Las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de esperar”[1].

1. Las bienaventuranza bailan en la noche.

No sé si te ha pasado pero hay momentos en la vida en la que el tiempo marca un ritmo pero tu corazón, tu interior, se rehúsa a vivirlo, por muchas razones. Por ejemplo, diciembre, el tiempo de cerrar procesos, descansar, soñar con el año que viene o enero, que es el tiempo de poner en marcha los planes nuevos, dar los primeros pasos para celebrar, luego, los sueños construidos con esas huellas. Bueno, hay momentos en los que el otoño sabe más a invierno y el verano tiene más de lluvia que de sol. En esos momentos pueden arremeter con mucha fuerza, muchos sentimientos y pensamientos que nos hacen sentir que el Evangelio ya no es esperanza, que la oración es un mar inmenso de lágrimas que no logramos comprender o que celebrar la comida en la que el pan es el mismo Jesús, no tiene respuestas para las preguntas que cargamos.

[…]muchos sentimientos y pensamientos que nos hacen sentir que el Evangelio ya no es esperanza, que la oración es un mar inmenso de lágrimas que no logramos comprender o que celebrar la comida en la que el pan es el mismo Jesús, no tiene respuestas para las preguntas que cargamos.

No sé si te ha pasado, al menos a mi, y quiero serte muy sincero, me estuvo pasando estos días de Enero 2019 y he pensando mucho en estas palabras del Papa Francisco, que compartí arriba. El mes de Enero que tiene su propia nostalgia, sueño, deseo, esperanza. Ese mes, como decía, donde empezamos procesos nuevos, caminos nuevos o continuamos aquello que dejamos en noviembre o diciembre, en pausa.

Sí, es, digamos lo así, un tiempo muy cargado de esa sensación de empezar con fuerzas, con deseo, con ilusión, cuanto haya en nuestro corazón.

Me estuvo pasando que tuve muchos momentos de soledad, de incertidumbre, de descoloque. Me descubrí con un montón de sombras que bailan en mi habitación. Descubrí un inmenso mar por dentro que no había navegado. Se hicieron parte de mis días aquellos versos de Elvira Sastre: “No me siento perdida. Es sólo que no sé dónde termina el mar que llevo dentro y a veces me ahogo”[2]. Volví a algunas orillas que creí superadas y todo eso me cargo de miedos, las sombras recuperaron su único y mayor poder: paralizarme. Todo esto me acompañó por estas avenidas de Enero. Hubo momentos en los que la oración era más llanto mudo o silencio vociferante. Hubo momentos en los que el Evangelio, como dice Olaizola, era un idioma incomprensible. Hubo momentos en que las canciones del playlist: “Happy Beats” no animan a la esperanza que yacía derrotada en el piso.

Repito, no sé si has pasado por estas horas.

Una mañana, de esas que la rutina se devora con rapidez, desperté con una cosa que palpitaba dentro de mi y no sabía que era. Esa mañana, se rebeló contra mí, tomo mi pizarrón, escribió y dibujó un montón de rostros, de nombres, de manos, de razones, de voces.

Yo, que vivo lejos de casa, encontré esa mañana a los que viven en mi casa y al mismo tiempo, a los que se hacen nuevos rostros, mapas, voces en estas avenidas nuevas que recorro desde que estudio en esta ciudad (Bogotá).

Las lágrimas no se hicieron esperar. Parecía que esa mañana nuestro buen Dios/Madre me recordaba que las respuestas a mis preguntas muchas veces no son respuestas filosóficas o herméticas, ni siguiera religiosas o teologales, sino humanas. Las respuestas evolucionaron y me hicieron recordar que son nombres concretos, manos concretas, abrazos concretos, bajo la lluvia o la tormenta. Y, ¿Cómo todo esto no sería una bienaventuranza? ¿Una forma de Dios de decirme ¡Feliz tú porque haces de la tormenta oportunidad para pedir ayuda!? Ese día sentí que las bienaventuranzas tratan de eso. Tratan de enfrentarse con valentía a las soledades que muerden, a las tormentas que mojan más el corazón que el abrigo impermeable de marca, que compré en el mall.

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2. ¿Qué me sorprende?

Me sorprende que las bienaventuranzas cotidianas se descubren en ese preciso momento en el que abrimos el corazón para contarle a otro rostro lo que aparca en el corazón y duele, lastima, paraliza o da esperanza.

Me sorprende que las bienaventuranzas cotidianas se descubren cuando te piden ayuda, respuestas, luces para el camino y tú no tienes más que decir que acompañas y que si toca mojarse juntos, pues cantamos aquella canción que de niños nos sabíamos: “Lluvia, lluvia, vete ya”.

Me sorprende que las bienaventuranzas cotidianas no son para los momentos en los que todo está perfectamente ubicado en nuestra vida, sino, que es promesa que se empieza a cumplir hoy. En tiempo presente.

Me sorprende que las bienaventuranzas cotidianas sean la narrativa favorita de los profetas de la ilusión, de la esperanza, del amor dado y donado.

Me sorprende que las bienaventuranzas cotidianas sean martillo que rompe la pared de concreto que alzan aquellos que solo saben ver justificaciones para los errores de los otros y no esperanza de que mañana puede ser mejor.

Me sorprende, porque no lo sabía. Porque lo había olvidado. Porque estos días en los que más me golpeaban las situaciones difíciles por las que pasamos en diferentes momentos y etapas, al mismo tiempo, como medicina, se iban abriendo otros caminos y había espacio para la alegría auténtica, la sonrisa real, el brinco y el baile alborozado.

3. No son palabra muerta.

Creo que hemos olvidado eso tantas veces. Tenemos siempre la tentación de hacer de las palabras del Evangelio un discurso sin espíritu, sin motivación, sin razón. Somos especialistas en decirle a la gente lo que deben hacer según x o y pasaje, olvidamos que esa palabra tiene veracidad en la misma medida en que recordemos que quienes escribieron las páginas del evangelio (Marcos, Mateo, Lucas, Juan) escribieron lo que ellos habían experimentado en su caminar como discípulos de Jesús.

Olvidamos que las bienaventuranzas no solo son un conjunto de ideas que podemos vivir para vivir cristianamente. Sino, materia prima para crear las propias, en la relación personal con Jesús, con uno mismo, con los otros. Olvidamos que estamos llamados a “anunciar hoy esos «muchos otros signos» que Jesús realizó y que «no están escritos» (Jn 20,30)”[3] y que esos signos no son otros sino aquellos que vamos experimentando día a día, en la cotidianidad.

Por eso, como yo mismo me he repetido a mi, como muchos me han hecho caer en cuenta estos días. ¡Alégrate! ¡Bienaventurado! ¡Feliz tú! Porque vivir las bienaventuranza es comprender que ellas hablan de:

[…]hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el desconcierto y el dolor que se genera cuando “se te mueve el piso” o “se inundan los sueños”.

Por eso feliz tú, cada vez que con valentía abras el corazón.

Feliz tú, cada vez que la tormenta sea oportunidad para pedir ayuda.

Feliz tú, cada vez que la soledad sea oportunidad para aprender a bailar un ritmo nuevo.

Feliz tú, cada vez que la ruptura amorosa sea oportunidad para aprender a perdonar y aprender que el amor transforma, aún cuando no sea correspondido.

Feliz tú, cada vez que el Evangelio deje de ser un texto muerto y sea una bandera.

Feliz tú, cada vez que la incertidumbre sea oportunidad para conquistar otras parcelas que habías olvidado.

Feliz tú, cada vez que comprendas que el cristianismo no pasa por no pasar nada sino por pasar todo y aún así, aguardar con esperanza los nuevos mares.

Feliz tú, cada vez que recuerdes que la palabra de Dios, ¡Jesús!, se hizo frágil para recordarte que la única condición para vivir la vida en plenitud es reconocerse frágil para ir, en los albores de la vida, mejorando esta vasija de barro que somos.

Feliz tú, cada vez que hagas de los dolores poemas.

Feliz tú, cada vez que haces de todos los días una escuela.

Feliz tú, cada vez que dices: “te extraño”, “me haces falta”, “te quiero”, “gracias”, a los rostros que dejas en la última parte de tus chats de whatsapp.

Feliz tú, cada vez que frente al Señor dejas las caretas y las palabras prefabricadas y dices: “No entiendo nada. No se que decirte. No te miento. Estoy mal. Aquí estoy”.

Feliz tú, cada vez que haces de tu silencio una canción de ilusión.

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4. No te canses.

En esa misma homilía el Papa Francisco dijo:

“Las bienaventuranzas son ese nuevo día para todos aquellos que siguen apostando al futuro, que siguen soñando, que siguen dejándose tocar e impulsar por el Espíritu de Dios”[4].

La crisis, la soledad, la incertidumbre, la pregunta que no sabes responder, la duda de si eso que escogiste es lo que Dios quiere, extrañar a tu familia, extrañar a ese amor no correspondido, la molestia porque no valoren tu esfuerzo misionero, las críticas que muchas veces te hacen desde la esquina de al frente sin comprender tus luchas diarias. Todo eso tiene que ver con el Evangelio.

O olvidamos a aquel rico que no quiso desapegarse de lo suyo. Aquel joven que malgastó su vida (no solo el dinero de su padre) y que recupera en casa la esperanza de volver a empezar. Aquella mujer encontrada en adulterio a la que la piedra del juicio caería sin mostrarle que es más que sus sombras. Aquel paralítico que necesita de sus amigos para comprender que el milagro del amor es la fraternidad. Aquel endemoniado que intenta seguir a Jesús porque cree que esa es su misión, que descubre que su misión es vivir la fe en su cotidianidad y allí anunciar con la vida, lo que el maestro a hecho en él. Aquel pequeñito que se sube a un sicomoro para poder ver a Jesús que es “apedreado” con las miradas que tienen maestría en enjuiciar, que descubre que el maestro no le promete nada, no deja nada para mañana, no deja nada para cuando termine un proceso largo de, sino que le dice: “Hoy, ha llegado la salvación a esta casa”. Por último, de los muchos ejemplos más que hay, pensemos en Pedro, la estrella, el líder, el 10 del equipo, que vive una crisis profunda cuando se descubre frágil. Y le toca aprender que su fragilidad es la materia prima para vivir el Evangelio de manera real y encarnada. Ese que es el líder, descubre qué es el primero en darle la espalda a Jesús y sólo desde allí le toca construir sus bienaventuranzas cotidianas, mientras descubre que necesita de los demás, que debe perdonarse por sus errores del pasado, que Jesús le vuelve a elegir, que se predica desde lo que se experimenta de Jesús.

En fin, no te canses, no te canses de descubrir en tu cotidianidad todas esas semillas del Reino que te gritan que eres un bienaventurado.

En fin, no te canses, no te canses de descubrir en tu cotidianidad todas esas semillas del Reino que te gritan que eres un bienaventurado. Porque en todo ello descubres, como lo hice yo, a los miles de rostros, manos, canciones, versos, que el Señor te regala como respuesta y horizonte para que tu barca frágil aprenda a navegar en la vida. Como le escribía a una amiga en un poema:

Se despegará el nublado camino.

Y descubrirás, tal vez con asombro.

Que tu barca frágil, no es la única en este mar, al que tú, otros, yo, hemos llamado vida.

Tal vez, en ese momento, volverás a mirar las estrellas recogidas y verás que te sonríen y te piden que las sueltes, para que no olvides la tormenta pasada y cómo la pasaste un poco más rota, un poco más valiente, un poco más feliz.

Amiga.

De estrellas rotas.

Allí estaré gritando desde mi barca:

¡Lo hiciste!

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[1] https://www.vidanuevadigital.com/documento/homilia-del-papa-francisco-la-misa-santiago-chile-16-01-2018/

[2] https://twitter.com/elvirasastre/status/553866871255363584

[3] http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco-lettera-ap_20161120_misericordia-et-misera.html

[4] https://www.vidanuevadigital.com/documento/homilia-del-papa-francisco-la-misa-santiago-chile-16-01-2018/

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Marco Enrique Salas Laure
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Written by Marco Enrique Salas Laure

Poeta y teólogo | 📚Magister en Creación Literaria | Con Jesús, el de Nazaret, del lado plenamente humano

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